¿Conoces la fábula de Esopo sobre la liebre y la tortuga? Dice así: Cierto día, una liebre se burlaba de la lentitud de la tortuga.
-Eh, tortuga, no corras tanto -le decía con ironía.
La tortuga, muy inteligentemente, le dijo a la liebre:
-Puede que seas veloz como el viento, pero en una competición yo te ganaría. Dale, hagamos una carrera.
-¿Que tú me ganarías a mí? —repitió, incrédula, la liebre— ¡¡¡Imposible!!! Y, toda engreída, aceptó el reto.
Llegado el día de la carrera, emprendieron ambas la marcha al mismo tiempo con muchos testigos presenciando el momento. La tortuga no dejó de caminar un instante, y avanzó hacia la meta; la liebre, confiada en su superioridad como velocista sobre la lenta tortuga, decidió descansar un rato en el camino. Pero… se quedó dormida. Cuando se despertó, vio cómo la tortuga llegaba tranquilamente a la meta.
Esta fábula tan antigua trata temas tan de moda que es increíble. Para empezar, el bullying, esa mala costumbre de burlarse de las personas que consideramos «inferiores». ¿Inferiores en qué? «A los ojos de Dios, tú y yo somos iguales; estamos hechas de barro» (Job 33:6, TLA).
Para continuar, el problema del exceso de confianza, tan común fuera y dentro de la iglesia. Si bien es cierto que «no nos ha dado Dios un espíritu de temor, sino un espíritu de poder» (2 Tim. 1:7), no es de nosotras mismas que provienen el poder y las capacidades. Es en Cristo en quien lo puedo todo, pues es él quien me fortalece (ver Fil. 4:13).
Si te fijas, la persona que recibe más solicitudes para predicar puede no ser la mejor oradora sino la que, con sencillez y humildad, prepara sus temas, confía en el Señor y conecta con el público.
En la universidad, el mejor expediente académico puede no ser el del alumno más brillante, sino el de quien, como hormiguita, cada día pone su esfuerzo por estudiar lo que el profesor explica.
Tal vez tú eres una de esas mujeres supertalentosas; qué bueno. Pero no confundas talento con soberbia, vanagloria o sentimientos de superioridad. Los talentos son para usarlos para el Señor y darle a él la honra.
«Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás»
Mateo. 20:26-27, NVI