Cuando era adolescente, vi la película El fantasma de la ópera, basada en la novela del escritor francés Gastón Leroux. El argumento me pareció interesante, porque refleja la condición del ser humano; de hecho, está inspirada en sucesos reales. Por si no la has visto, te resumo el argumento: en la ciudad de París todo el mundo cree que el teatro de la Ópera está encantado por un misterioso fantasma que provoca accidentes y muertes.
Pero lo cierto es que no se trata de un fantasma, sino de un hombre. Enamorado de una joven cantante, hace daño a otras personas para que ella logre el éxito y, cuando finalmente lo logra, él la invita a su mundo.
Ella descubre entonces que su benefactor es un joven con la cara desfigurada porque alguien le había arrojado ácido. Por eso él se había refugiado en el teatro, donde, desde su escondite, manipulaba a las personas que trabajaban allí.
El personaje que mueve todos los hilos es el rencor; y así es como sucede en la vida: cuando guardamos rencor a alguien, ese rencor condiciona todo lo que hacemos y puede llegar a convertirnos en manipuladoras. ¿No crees que es darle demasiado protagonismo a una emoción que no debería ser siquiera un personaje secundario? Cuando le damos cabida, en realidad nos estamos consumiendo a nosotras mismas como si nos hubieran echado ácido. Nada sobrevive; queda afectada nuestra salud mental, física, social y espiritual.
Nadie puede negar que hay personas que nos hacen daño en la vida; pero tampoco podemos negar el llamado de la Biblia a dejar el asunto en manos del Señor. Por eso, si dentro de ti hay un rencor que te está consumiendo, recuerda lo que dice el Señor: «Mía es la venganza y la retribución» (Deut. 32:35, RV95).
Si es de él, no es tuya. La parte tuya te la explica Jesús: «Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán? […]Y, si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué de más hacen ustedes?» (Mat. 5:44-47, NVI).
¿Quieres acabar con tu enemigo? Deja de guardarle rencor.
«Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber; así harás que le arda la cara de vergüenza»
Romanos. 12:20