«Engañoso es el encanto y pasajera la belleza; la mujer que teme al Señor es digna de alabanza»
Proverbios. 31:30
Ser bella es arbitrario. Ser guapo también. Las ideas de lo que te hace atractiva o atractivo van cambiando de tanto en tanto. Este es un ejemplo: mírate la frente en el espejo. No vez nada raro, ¿verdad? Pero si conocieras a un grupo de gente Chinookan del Noroeste norteamericano hace doscientos años, probablemente se reirían de ti y te llamarían «cabeza ancha».
Lo peor que les podía pasar a los padres de ese grupo era que, de grandes, sus hijos se parecieran a ti. Así que, cuando sus hijos eran bebés, les ataban dos tablas de madera alrededor de la cabeza por unos nueve meses. Esto hacía que la cabeza fuera linda y puntiaguda. Tener una cabeza con forma de pirámide egipcia te hacía atractivo.
En algunas partes de Asia y de África, las mujeres tenían la idea de que era lindo tener el cuello largo. Así que usaban anillos alrededor del cuello y agregaban cada vez más para verse como una jirafa.
En la antigua China, una mujer hermosa era aquella que tenía los pies diminutos. Así que los padres vendaban los pies de las niñas cuando ellas tenían entre tres y cinco años. Este proceso increíblemente doloroso comenzaba quebrando el arco del pie y los dedos. Una mujer era considerada hermosa si sus pies medían menos de diez centímetros de largo (más o menos el tamaño de un control remoto para el televisor).
Es sorprendente pensar que en el siglo XIX, la mitad de las mujeres chinas sufrieron esta práctica incapacitante para lograr determinadas normas de belleza. Entre las clases altas, todas las niñas tenían los pies vendados.
Puede haber momentos en que te sientas tentado a cambiar algo de ti para ser más atractivo. Quizá temes verte como un «cerebrito» si eres demasiado inteligente, así que te haces el tonto. O te involucras en deportes, no porque los disfrutes, sino porque eso es lo que hacen los chicos populares. Piensa en lo que dijo la diseñadora de moda Coco Chanel: «La belleza comienza en el momento en que decides ser tú misma». No necesitas una cabeza puntiaguda para darte cuenta de que ella quizá tenga razón.