«Quien dice la verdad proclama la justicia, pero el testigo falso propaga el engaño»
Proverbios 12:17
Jorge Luis Borges (1899-1986), el lúcido escritor argentino, cuenta en el Aleph la historia de dos teólogos que se enfrascaron en una polémica discusión. Aureliano, coadjutor de Aquilea, se enteró de que una incipiente secta llamada los monótonos proclamaba algunas herejías.
También escuchó que Juan de Panonia, un reconocido maestro de la doctrina, se había preparado para impugnar dichas falsedades. Como Aureliano no se podía librar del rencor que su colega le infundía, consideró que esta era una buena oportunidad para superarlo.
Pero previendo que Juan fulminaría sus argumentos de manera contundente, optó por una vía más segura: el escarnio. Y así comenzó un virulento debate entre dos pretendidos siervos de Dios que dedicaron demasiado tiempo en defenderse en una batalla que tenía muy poco de espiritual.
En un momento, Aureliano logró tejer una telaraña hasta atrapar a su oponente. Juan de Panonia fue acusado de herejía. Incluso se le acusó de haber inspirado a unos predicadores que fascinaron a un herrero a tal punto que este llegó a sacrificar a su hijo. Al poco tiempo, Juan de Panonia murió en la hoguera, ante el beneplácito de Aureliano. Tiempo después, un rayo cayó muy cerca de la choza donde dormía y murió calcinado al igual que Juan.
La mentira no respeta ningún ámbito de la vida humana, ni siquiera aquel que algunos entienden como discusiones teológicas. Muchas veces se confunde la búsqueda de la verdad con las diferencias personales. En ese momento, ya no se trata de descubrir la voluntad de Dios -a quien cada uno invoca en medio de una evidente animadversión hacia su rival-, sino de aplastar a su oponente y esforzarse porque prevalezca su opinión.
Entonces, cuando se han agotado los argumentos, aparecen los insultos, las descalificaciones y las calumnias en medio de acalorados debates. En realidad, se trata de un espectáculo de los más bochornoso que produce alegría entre los demonios.
La Biblia es un instrumento para proclamar la verdad de Dios y no una herramienta para lastimar, destruir y humillar a otros. Ese no es su objetivo. Forzar las Escrituras para que prueben conceptos personales es un autoengaño que no conduce a nada bueno.
El camino de la verdad es otro (Juan 14:6). Una interpretación saludable de las Escrituras no necesita de artificios humanos. Más bien, es un don del Espíritu Santo (Juan 16:13).
Que Dios te ayude hoy a proclamar la justicia y la verdad a través de tu vida.