«El que estaba sentado en el trono dijo: ¡Yo hago nuevas todas las cosas!'»
Apocalipsis 21:5
Nunca había tenido una bicicleta tan genial como la que me hizo mi abuelo. Un verano, cuando fui a visitarlo, estaba allí.
La acababan de pintar de celeste, mi color preferido en ese entonces. Y tenía un asiento banana con brillo (¡totalmente espectacular!). Hasta tenía una canasta en el frente, para llevar meriendas y tesoros.
Yo saltaba y saltaba, exclamando: «¡Cielos! ¡Una bicicleta nueva! ¡Gracias!»
El abuelo irradiaba felicidad y me explicó que la bicicleta no era exactamente nueva. Había encontrado casi todas las partes en el basural y la había armado con toda destreza para mí.
A mí no me importaba… y tampoco me sorprendía. Muchas tardes de verano, el abuelo y yo revisábamos pilas de basura en el basural cerca de su casa. En realidad, el basural estaba en un bosquecito de cedros, así que la vista era agradable y el olor no era tan malo.
Me encantaba ir a revisar basura con el abuelo. Y aprendí un par de lecciones.
En primer lugar, que la gente tira muchos objetos útiles. Encontramos platos hermosos de porcelana, una placa calentadora que funcionaba, silletas, rollos de papel para empapelar y hasta monedas. Había una sorpresa en cada visita.
En segundo lugar, aprendí que «nuevo» no significa «mejor». Cuando el abuelo tomó esas partes viejas y rotas, y las unió en una bicicleta personalizada, yo no podría haber estado más feliz… ni siquiera si hubiéramos ido a la tienda y elegido la bicicleta más cara. Y después de que la abuela lavó aquellos platos en el lavavajillas, tuve las fiestas de té con más clase de todo el vecindario.
La próxima vez que pienses que no puedes vivir sin ese artículo, el más nuevo, el más actual, mira qué hay en tu ático o en la feria de tu vecindario. Y recuerda, un día este mundo será un gran basural. No hay nada que valga la pena guardar (o por lo cual enloquecerse), salvo la gente por la que Jesús murió para salvar.