«El necio al instante revela su enojo; pero el prudente desdeña la injuria»
Proverbios 12:16
Simey pertenecía a la familia de Saúl. Era un hombre lleno de resentimiento hacía el rey David. Durante años había despreciado al monarca hebreo murmurando constantemente en su contra. Así que el día que Absalón se levantó contra su padre en medio de una sangrienta revolución, Simey celebró el suceso.
Se gozó al ver cómo se tambaleaba el trono de David y se apresuró a encontrarse con el rey en ocasión de su huida de Jerusalén. «¡Largo de aquí, malvado asesino! ¡El Señor te está cobrando la sangre que derramaste de la familia de Saúl, en cuyo lugar has reinado! ¡Por eso el Señor te ha quitado el trono y se lo ha dado a tu hijo Absalón! ¡Mírate ahora!
¡Eres un asesino, y te ha alcanzado tu propia maldad!» (2 Samuel 16:7, 8). Los que acompañaban al rey miraban con asombro el atrevimiento de aquel hombre. «Y mientras David y sus seguidores continuaban su camino, Simey iba delante del rey, por la ladera del monte, gritando y maldiciendo, y arrojando piedras y lanzando polvo al aire» (2 Samuel 16:13).
¡Por fin podía insultar libremente a quien tanto odiaba! Manifestó su profundo rencor y odio hacía David, burlándose de él en medio de su propia corte.
El rey no reaccionó ante los insultos de Simey. Dejó que vomitara toda su vileza e impidió a sus soldados que lo atacaran. ¿Acaso perdía el gobernante autoridad al permitir que un tipejo de esa calaña lo insultara en público? No, más bien, cada uno reveló su verdadero carácter: «Había honrado a David cuando este ocupaba el trono, pero lo maldecía en su desgracia.
Vil y egoísta, consideraba a los demás como poseedores del mismo carácter, y bajo la inspiración a Satanás, volcó su odio contra el hombre a quien Dios había castigado. El espíritu que induce al hombre a pisotear, vilipendiar o afligir al que está atribulado, es el espíritu de Satanás» (Patriarcas y profetas, p. 726).
David prefirió no hacer caso de las injurias. Más tarde, cuando la rebelión de Absalón fue sofocada, Simey suplicó clemencia al rey, quien le otorgó un perdón condicional.
La manera como reaccionamos ante las injurias revela nuestro carácter. No vale la pena prestar atención a la gente vil. Déjalos que se muestren como lo que son. No pierdas tu dignidad y mantén la serenidad en todo momento. Que ningún comentario torpe te haga perder la sensatez.