«Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó»
Romanos 8:37
La primera gran tentación, tanto para el hombre como para Cristo, actuó sobre el apetito. El hombre fue vencido, mientras que Cristo salió vencedor. ¿Qué hizo cada uno para alcanzar ese resultado?
En Génesis 3, se relata la historia de la tentación del hombre en la que se muestra cómo la serpiente (Satanás) se acerca para entablar una conversación con la mujer sobre lo que Dios –supuestamente- había dicho acerca de la comida. La serpiente dijo a la mujer:
-¿Conque Dios os ha dicho: «No comáis de ningún árbol del huerto?».
Nota bien que, más allá de la falsa información contenida en la pregunta, la atención de la mujer se dirige hacia la comida. La mujer respondió a la serpiente:
-Del fruto de los árboles del huerto podemos comer, pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: «No comeréis de él, ni lo tocaréis, para que no muráis».
Luego de una nueva intervención de la serpiente en la que induce a poner en duda las intenciones de Dios, la atención de Eva se focaliza una vez más sobre la comida: «Al ver la mujer que el árbol era bueno para comer, agradable a los ojos y deseable para alcanzar la sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido, el cual comió al igual que ella» (Génesis 3:6).
En Mateo 4, se relata la tentación de Jesús en el desierto. Durante la misma, Satanás procura poner en duda la identidad de Cristo, dirigiendo su atención hacia la comida:
-Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan.
Sin embargo, esta vez ocurre una victoria. ¿Qué hizo Jesús para salir vencedor ante esta tentación? Es interesante recordar que el Señor había orado y ayunado previamente, negando la complacencia del apetito; y en el momento de la tentación, no discute acerca de su identidad, y mucho menos acerca de la comida.
En cambio, su atención se dirige a Dios, aferrándose a su Palabra y obteniendo una gran victoria. Él respondió:
—Escrito está: «No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».
En síntesis, para alcanzar la victoria es necesario negar la complacencia desordenada del apetito y aferrarse a Dios en el momento de la tentación. Si vencemos el apetito con su ayuda y poder también podremos triunfar en cualquier otro aspecto (La maravillosa gracia de Dios, 164).
Es alentador recordar que «en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó».