«El que humilla a su prójimo comete un pecado; ¡feliz de aquél que se compadece de los pobres!»
Proverbios 14:21
Crecí en un barrio rodeado de niños que disfrutábamos jugando al fútbol en la calle. Solo era cuestión de colocar dos piedras que marcaban la portería y vigilar cuando pasara un coche para detener temporalmente el juego. Todo iba de maravilla hasta que llegaba Paco, un chico más grande que nosotros y sumamente agresivo. Su presencia anunciaba el fin del juego.
Primero, empezaba a burlarse de nosotros, después venían los insultos y, finalmente, nos quitaba el balón. Allí se sentaba a seguirse riendo de los niños hasta que, harto de habernos molestado, pateaba el balón lo más lejos que podía y se marchaba en medio de una retahíla de palabrotas.
Pero un día la cosa fue demasiado lejos. En medio de un intenso partido de fútbol, Paco apareció con una pistola de balines. Comenzó con sus sarcasmos acostumbrados, pero esta vez usó la pistola para amenazarnos. Todos estábamos temblando de miedo.
Después de un buen rato, en un descuido del agresor, me eché a correr a mi casa. Solo alcancé a escuchar los gritos de Paco y sus advertencias de que iba a dispararme. Llegué a casa y se lo conté a mi padre. En pocos minutos, mi padre se presentó en el lugar acompañado de dos policías, quienes se llevaron a Paco y le quitaron el arma. Nunca volvió a molestarnos.
Humillar a nuestros semejantes es una terrible costumbre, inaceptable en la vida de un cristiano. Todo comienza como si fuera un juego divertido, pero va escalando hasta alcanzar niveles de tragedia. El deseo de desvalorizar, denigrar y someter a los demás es el típico perfil de una persona con una baja autoestima. Ante una situación de esta naturaleza, es importante no guardar silencio ni dejarse amedrentar por el agresor.
El versículo de este día dice claramente que humillar es un pecado. ¿Por qué? Jesús dijo: «Os aseguro que todo lo que hicisteis por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, por mí lo hicisteis» (Mateo 25:40, CST).
En estos mismos versículos el Señor nos recuerda lo importante que es hacer el bien a los menos favorecidos económicamente, a los menos populares, a los que tienen las notas más bajas. No ganamos nada humillando a los demás, pero sí podemos cambiar vidas ayudando a otros a salir adelante.
Hoy pide al Señor que te ayude a ser un canal de bendición para los demás.