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La voz que clamaba en el desierto

Matutinas para Jóvenes 2020

«La boca del justo es un manantial de vida, pero la boca del impío disimula violencia»

Proverbios 10:11

Juan el Bautista es uno de los grandes personajes de las Escrituras. De hecho, Jesús dijo de él: «Os digo que entre los mortales no ha habido nadie más grande que Juan; sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él» (Lucas 7:28, CST). Llegó para preparar el camino a Jesús en un momento de enorme ignorancia de la Palabra de Dios en Israel. Se preparó para proclamar el arrepentimiento y, cuando llegó el momento, se fue al desierto a compartir las buenas nuevas de salvación.

Hasta allí iban soldados, escribas, príncipes, rabinos y campesinos asombrados de la forma en que este hombre presentaba el mensaje del cielo. Con gran autoridad, reprendía a las autoridades civiles y religiosas. Los líderes espirituales del pueblo se estremecían con los mensajes del humilde siervo del Señor. Los soldados eran exhortados a no practicar la corrupción y los abusos hacia el pueblo. Entonces, de manera milagrosa, mucha gente aceptó el mensaje de arrepentimiento y fueron bautizados por Juan.

Los poderosos mensajes de Juan lo hicieron sumamente popular entre el pueblo. Además, varios admiradores decidieron seguirlo y llegaron a ser sus discípulos. Incluso hubo quien lo confundió con el Mesías prometido. Pero el siervo de Dios no sucumbió a la soberbia ni se aprovechó de las circunstancias. En todo momento recordó a la gente que él no era el Cristo, simplemente era un mensajero del Señor.

Pero un día, las palabras torpes de Herodes durante una fiesta, al ofrecer a Salomé hasta la mitad de su reino por una simple danza, condujeron a Juan el Bautista a la muerte. Mientras se encontraba en la prisión, sus discípulos le preguntaron si tenía algo que decir sobre Jesús, a lo que Juan respondió: «Es necesario que él crezca, y que yo decrezca» (Juan 3:30). ¡Qué palabras! «Mirando con fe al Redentor, Juan se elevó a la altura de la abnegación.

No trató de atraer a los hombres a sí mismo, sino de elevar sus pensamientos siempre más alto hasta que se fijasen en el Cordero de Dios. Él mismo había sido tan solo una voz, un clamor en el desierto. Ahora aceptaba con gozo el silencio y la obscuridad a fin de que los ojos de todos pudiesen dirigirse a la Luz de la vida» (El deseado de todas las gentes, p. 151).

Este día recuerda que tú también puedes ser un mensajero del Señor y proclamar su pronto regreso a este mundo.