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Nada pudo detenerlo

Matutinas para Jóvenes 2020

«Si la buscas a la plata, y la rebuscas como a un tesoro, entonces sabrás lo que es temer al Señor, y hallarás el conocimiento de Dios»

Proverbios 2:4-5

Salvador Marchisio fue el primer adventista en México. Procedente de los Estados Unidos, llegó en 1891 para compartir el evangelio vendiendo libros en inglés a los residentes extranjeros. Después volvió a Estados Unidos para tomar un curso de enfermería y ser más útil en su servicio al prójimo.

A su regreso, la obra adventista se había establecido en la Ciudad de México y ya se publicaba un periódico en español: El mensajero de la verdad. Así que invirtió sus ahorros en libros y continuó su misión visitando pueblos para vender las publicaciones adventistas y ofrecer servicios sanitarios.

En cierta ocasión, Salvador Marchisio fue a vender libros a la plaza de la iglesia de La Candelaria, en el entonces pueblo de Mixcoac, y que ahora forma parte de la Ciudad de México. Su apariencia de extranjero y los libros que vendía despertaron la sospecha de los transeúntes. Una mujer de aspecto prominente, la cual era una devota católica, consideró la presencia del misionero adventista una amenaza para el pueblo.

De modo que fue en busca del alcalde y le pidió su ayuda para castigar al intruso. El alcalde fue con la dama y decomisó cincuenta ejemplares de El camino a Cristo. Y para darle un escarmiento, las autoridades locales quemaron los ejemplares en la pequeña plaza (Ciro Sepúlveda, Nace un movimiento, p. 46). Pero nada pudo detener el deseo de este hombre de proclamar la salvación. Siguió sembrando la semilla del evangelio durante varios años con gran éxito.

Atraído por los lugares históricos del adventismo en México, hace un tiempo visité aquel lugar. Un domingo por la mañana me presenté en la vieja iglesia de La Candelaria. Ahí estaba la pequeña plaza, hoy rodeada de casas y una enorme avenida. Mi imaginación voló y casi podía ver la escena de este hombre de Dios tratando de compartir el evangelio con los viandantes.

¡Qué valor para dejar su tierra e ir a un lugar desconocido con el único fin de predicar a Cristo! Ahí, donde Marchisio fue humillado y amenazado, incliné mi rostro para orar al Señor. Me emocioné tanto que comencé a llorar. Le pedí que me diera el mismo valor para compartir mi fe y que mi vida pudiera inspirar a otros a servirle como Marchisio.

El mensaje del evangelio es un tesoro tan valioso que, cuando lo descubres, te sientes motivado a dedicar tu vida al servicio de Dios.

Pide hoy al Señor que te ayude a ponderar el maravilloso mensaje de la Biblia.