«Un día, cuando Eliseo pasaba por Sunén, cierta mujer de buena posición le insistió que comiera en su casa. Desde entonces, siempre que pasaba por ese pueblo, comía allí»
2 Reyes. 4:8
¿Quieres ser famoso? Quizá no es algo que te interese. Pero si es algo que deseas, deberías escuchar al viejo Ben Franklin. Puedes ser famoso por escribir cosas que valga la pena leer. Eso es lo que hizo William Shakespeare. O puedes hacer cosas que llamen la atención de los escritores.
Si llegas a ser presidente, puedes estar seguro de que muchos escribirán sobre todo lo que haces. Mucho de lo que escriban no será halagador, pero te hará famoso. Por supuesto, no te hará famoso para siempre. Benjamín Harrison fue presidente de los Estados Unidos, pero ¿cuándo fue la última vez que le dedicaste un pensamiento?
Es difícil ser famoso por mucho tiempo. Incluso Justin Bieber se desvanecerá del recuerdo en cien años. Quizás antes. Pensándolo bien… ¿a cuántos recordamos después de mil años? No a muchos.
Sin embargo, hay una persona a la que recordamos luego de casi tres mil años. La Biblia la llama «la sunamita». Se la menciona en dos de los milagros del profeta Elías, incluyendo la resurrección de su hijo. Nadie olvidará a la familia que tenía un hijo que resucitó luego de estar realmente muerto.
Pero, en realidad, la sunamita alcanzó la fama por hacer algo bueno. Invitó a Elías a comer cuando, en uno de sus viajes, pasó por su pueblo. Más tarde, llevó su hospitalidad a un nuevo nivel al construir una pequeña habitación donde el profeta pudiera descansar durante sus visitas entre viajes. Eso fue muy apreciado porque no había muchos hoteles en esos días.
Desde entonces, y a lo largo de los siglos, no se ha dejado de escribir ni de hablar de esta mujer. Y todo comenzó cuando ella fue amable con alguien del pueblo de Dios. De todas las maneras de hacerse famoso, esta tiene que ser una de las mejores.