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“Para escuchar el susurro de Dios debes bajarle el volumen al mundo». – Anónimo

Matutina de Adolescentes

«Pero el que me obedezca vivirá tranquilo, sosegado y sin temor del mal»

Proverbios 1:33

El abuelo y la abuela Perkins estaban saliendo a desayunar un domingo; era una mañana fría de inverno en Maine. El abuelo guardaba su gran camioneta Ford en el granero, así que se subió para sacarla marcha atrás mientras la abuela caminaba hacia el costado del vehículo. Al menos ese era el plan de la señora. En el camino, se tropezó con un poco de nieve y cayó. El abuelo, que es más sordo que una tapia, no escuchó nada. No vio a nadie detrás del vehículo, así que comenzó a retroceder.

La abuela sintió que el vehículo se le venía encima y la apretaba contra el suelo. Una rueda venía directamente hacia su cabeza.

Entonces, el abuelo frenó. Aunque era sordo, le pareció haber escuchado una palabra de peligro o advertencia. Se bajó y caminó hasta la parte de atrás del vehículo, donde encontró a su esposa en el suelo. «Nunca estuve tan asustado en toda mi vida», dijo el anciano veterano de guerra al recordar el hecho. «Luego de 69 años de matrimonio, no podía soportar la idea de vivir sin ella”. Su esposa estaba allí tirada en el piso, su ropa con la suciedad del camino y sus zapatos con marcas de rueda.

-¡Oh, no! ¿Estás bien? -preguntó el abuelo.

Ella estaba un poco dolorida, pero bien. Se cambió de ropa y fueron al restaurante a desayunar.

Su hija, Vicky, que ya es adulta, sabe mejor que nadie lo difícil que es que su padre escuche algo. «Es un milagro», dice ella, convencida de que la voz que oyó no era humana.

¡Si tan solo nosotros pudiéramos oír la voz de Dios todo el tiempo! Creo que podríamos evitar muchos daños y dolor. Quizá podríamos descubrir oportunidades que, de otra forma, nos perderíamos por completo. Hoy cuando ores, dedica un momento a escuchar en silencio lo que Jesús quizá quiera decirte. Sus palabras pueden cambiar tu vida… e incluso salvarla.