«El Señor vigila las sendas de la justicia, y preserva el camino de sus fieles»
Proverbios 2:8
Aquella tarde me encontraba sentado en la tribuna de uno de los estadios más populares de Buenos Aires (Argentina). Debo confesar que, hasta ese momento, no me había dado cuenta de lo que el fútbol representa para esta cultura. Pero, poco a poco, las gradas se fueron poblando de aficionados ataviados con los colores del equipo local.
Lo curioso es que, sin saberlo, yo estaba sentado justo en la zona del grupo más radical. Pronto el estadio comenzó a vestirse de «trapos», como la gente llama a las banderas que cuelgan sobre las cercas que están junto al campo, y empezaron a escucharse los cantos. Cuando llegó el grupo al son de tambores, cantos y silbatos, la marea humana se fue abriendo espacio para hacerle sitio.
A partir de ese momento, los aficionados no dejaron de apoyar a su equipo (y eso que el juego dejó bastante que desear) hasta que finalizó el partido. He de confesar que pocas veces he visto semejante compromiso en favor de un icono: la vestimenta, la actitud, los cantos, el fervor, la pasión, la lealtad.
Todos ellos son elementos religiosos. Incluso, por momentos, la gente se puso a saltar sobre las gradas en medio de una excitación bastante peculiar, a la que yo me tuve que unir bajo la intimidatoria mirada de quienes me rodeaban.
Un compromiso de este tipo es una especie de obligación irracional para favorecer algún elemento, aunque no se le entienda ni lo merezca. Simplemente, se hace para canalizar una parte fundamental de la naturaleza humana: la necesidad de adquirir un compromiso. Lo interesante es que hoy se insiste en que la gente no quiere asumir compromisos.
Pero lo cierto es que tiene grandes deseos de comprometerse con algo. No obstante, no se quiere comprometer con las instituciones tradicionales, como la iglesia o el matrimonio, sino con elementos tan fugaces como la camiseta de un equipo de fútbol, un popular grupo musical o una figura del mundo de la farándula.
Es más práctico pensar que estos elementos tienen atributos sobrenaturales o merecen la devoción personal. Pero eso no es más que el reflejo de una sociedad hambrienta de compromiso.
Dios nos creó con la necesidad de establecer compromisos y rendir nuestra lealtad a algo que merezca la pena. Así no hemos de temer a comprometernos con él, ya que su promesa es: «Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida» (Apocalipsis 2:10).
Pide hoy al Señor que te dé el valor de establecer compromisos que edifiquen tu carácter.