«Estoy debilitado y molido en gran manera; ¡gimo a causa de la conmoción de mi corazón!»
Salmos 38:8
El rey David es sin duda el autor bíblico que utiliza la mayor riqueza de recursos lingüísticos para expresar tanto el gozo y la alabanza como el dolor psíquico que él mismo experimenta. Parece que el rey David estaba dotado de una alta sensibilidad emocional que hizo su experiencia espiritual viva y significativa. Hemos de estar agradecidos por haber recibido tan preciosa herencia: los Salmos de David.
El sufrimiento del patriarca Job no guardaba relación alguna con su conducta moral. Sin embargo, el caso de David es distinto. En muchas ocasiones observamos que la carga del pecado se traduce en culpa que a su vez produce dolor y angustia. Un ejemplo es el Salmo 38.
En esta composición poética, probablemente hecha luego de desobedecer las directrices divinas, expresa ante Dios el dolor que se extiende a la carne, los huesos, la cabeza… (vers. 3-4). Habla de sus llagas supurantes y de sentirse encorvado, humillado, enlutado, debilitado y molido (vers. 5-8). David no sitúa todos estos síntomas en el ámbito puramente fisiológico, sino en el corazón (vers. 8, 10), el asiento de los sentimientos y las emociones en el lenguaje bíblico.
En este salmo, David compara el efecto de su pecado a una carga pesada que lo abruma (vers. 4). Utiliza el mismo término en otros lugares; por ejemplo, habla de la carga que Dios puede ponernos como prueba para fortalecimiento del carácter (Salmos 66:11) y, por supuesto, la carga que podemos echar sobre Dios con la certeza de que él la tomará y nos sostendrá (Salmos 55:22).
Se cuenta la historia que por un camino remoto y primitivo se desplazaban unas campesinas transportando pesadas cargas sobre sus cabezas, hombros y espaldas. En la misma dirección pasó un camión con espacio suficiente como para transportar a las mujeres.
El conductor decidió invitarlas a subir a la caja del vehículo para facilitarles el desplazamiento. Ya en movimiento, el conductor se giró para asegurarse de que todo estaba en orden y observó que, aun sentadas, seguían llevando las cargas sobre sí mismas. Enseguida preguntó por qué y ellas exclamaron:
-Bastante hace usted con llevarnos a nosotras, ¡no es justo que lleve también nuestras cargas!
A veces reaccionamos de la misma manera con el Señor: no le confesamos nuestro pecado, como en este mismo salmo hace David (vers. 18) y no seguimos su invitación: «Echa sobre Jehová tu carga» (Salmos 55:22; Mateo 11:28-29).