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Un héroe de la fe

Matutinas para Jóvenes 2020

«La luz de los ojos alegra el corazón, y las buenas noticias fortalecen los huesos»

Proverbios 15:30

Julián Hernández nació en el seno de un hogar humilde en Villaverde, un pueblo de la tierra de Campos, en el norte de España, a finales de la década de los veinte o principios de los treinta del siglo XVI. En su juventud temprana se fue a vivir a los Países Bajos y, posteriormente, a Alemania, en una época trabajó como aprendiz en una imprenta y, más tarde, como cajista.

Es posible que en sus manos cayera alguno de los libros publicados en español con ideas luteranas de Juan de Valdés, Francisco Enzinas o Juan Pérez. El caso es que se interesó por las verdades del evangelio y aceptó seguir a Jesús. Debido a su baja estatura ocasionada por su joroba, llegó a ser conocido como «Julianillo» y «el Chico»; los franceses llamaban «Julien le Petit». Pasó bastante tiempo en las iglesias reformadas de París, Escocia y Fráncfort, donde siguió fortaleciendo su fe en Jesús a través de la Biblia y gozándose de sus enseñanzas.

Pero en el corazón de Julianillo había un profundo anhelo: compartir la esperanza del evangelio en su amada España. Disfrazado de buhonero o de arriero, Julianillo se especializó en introducir literatura protestante a la península ibérica. Tenía dos depósitos en Sevilla: uno en la ciudad, en casa de don Juan Ponce de León, y el otro en el Monasterio de San Isidoro del Campo, custodiado por los frailes. Gracias a Julianillo, la luz del evangelio pudo brillar en estas tierras.

En octubre de 1557, Julianillo cayó en manos de la Inquisición. Estuvo preso más de tres años soportando brutales tormentos a los que fue sometido en varias ocasiones. En momentos tan duros, el fiel siervo de Dios se mantuvo persistente en sus convicciones.

Se hicieron grandes esfuerzos para persuadirlo en abandonar sus ideas, pero todo fue en vano. Ni las amenazas ni los tormentos pudieron domeñarle. Fue quemado vivo en el auto de fe celebrado en Sevilla el 22 de diciembre de 1560, junto con otros creyentes.

El sacrificio de Julianillo, así como el de otros mártires, no fueron en vano. La semilla de la Reforma permaneció en España y resurgió años más tarde. La Biblia dice: «A los ojos del Señor es muy valiosa la muerte de quienes lo aman» (Salmo 116:15).

Hoy vivimos tiempos de libertad religiosa y respeto a los derechos civiles. Pide al Señor que te ayude a compartir las buenas nuevas del evangelio con los demás.