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Perdona siempre

Matutinas para Mujeres 2020

Ana creció en un hogar totalmente disfuncional. Todos los días era testigo de conversaciones difíciles, palabras hirientes y groseras, malos tratos y violencia. Cada vez que su padre estaba enojado, había que esquivar los objetos que surcaban el aire y hacer oídos sordos a la frase con la que se refería a ella: «La bastarda». Ni una gota de amor paternal se derramó sobre Ana en toda su vida; ni una; nunca.

¿Que dónde estaba su madre para defenderla? Trabajando a todas horas para poder pagar los estudios de Ana y de su hermano. Salía temprano de la casa y volvía ya tarde en la noche. Toda esa situación familiar hizo que Ana creciera con grandes resentimientos hacia su padre que, desde la misma juventud, quiso superar. Era consciente de que necesitaba hallar la fórmula para perdonarlo. Sin embargo, no la hallaba.

Cuando comenzó a trabajar, Ana utilizó parte de sus recursos para visitar todas las semanas a una psicóloga, aunque para ello debía viajar a un lugar distante. La psicóloga le brindó una valiosa ayuda y sabios consejos espirituales, pero aun así, Ana no era capaz de dar el salto de perdonar a su padre. Decidió simplemente seguir orando y trabajando en su personalidad, confiando en Dios.

Un día, al padre de Ana le diagnosticaron una enfermedad degenerativa, por lo que tuvo que pasar muchos años condenado a una cama. Viendo sufrir tanto a aquel hombre, Ana aprendió no solo a perdonarlo, sino también a amarlo.

Pudo conocer y comprender muchas cosas de la vida de su progenitor: había sido un niño de la calle por causa de la muerte de su madre; había tenido que trabajar muy duro solo para poder comer; había desarrollado la violencia para poder asegurarse cada noche de tener un lugar donde dormir; se había refugiado en el alcohol; y quién sabe cuántas experiencias más vivió que nunca contó. Ana, finalmente, pudo perdonar por completo, sentirse libre y crecer como cristiana.

El perdón no es un sentimiento, es una decisión. Cuando decides perdonar, Dios te hace sentirte libre y te ayuda a comprender las muchas razones por las que no debemos guardar rencor.

Perdonar a los que nos han ofendido nos identifica como hijas de Dios y portadoras de un increíble testimonio. Y si además de perdonar, amamos (respetamos, tratamos bien, oramos por) a la persona que nos hirió, caminamos por una senda todavía más elevada. Elijamos esta segunda opción.

«El que perdona la ofensa cultiva el amor»

Proverbios 17:9, NVI