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Dios no juzga como nosotros – 1a parte

Matutinas para Mujeres 2020

Don Alfredo me contaba su historia, sentado junto a mí en un banco de cemento de un parque público. El aire fresco nos rozaba la cara mientras suaves rayos de sol penetraban con disimulo entre las hojas del árbol que nos prodigaba sombra. Durante casi tres horas, pude escuchar a este hombre narrando sus tristes experiencias de infancia. Por momentos, mis lágrimas empujaban dentro de mí para encontrar salida, porque cada palabra que me contaba don Alfredo era una verdadera historia de dolor.

«¡Toma tus cosas y te largas, ya no vivirás más con nosotros!», le habían dicho sus hermanos. Su madre había muerto por causa de un corte que sufrió mientras trabajaba en los cafetales. El corte era profundo y provocó una infección que terminó gangrenándose.

Así que allí estaba Alfredo, en la calle y sin tener adonde ir, ¡¡¡con apenas siete años!!! Mi hijito Hany también tenía siete años en el momento en que don Alfredo me contaba su historia. Imaginar a mi pequeño en una situación parecida era más de lo que yo podía soportar.

El pequeño Alfredo se dirigió hacia el parque central de la ciudad de San José, en Costa Rica. Allí se sentó en un banco de cemento similar al que ahora utilizábamos nosotros. Lloraba y lloraba sin saber que acabaría siendo un hijo de la calle.

Una experiencia dura donde las haya, que nos insta a observar el mundo con otros ojos; a juzgar a las personas de otra manera; a valorar lo que tenemos y a compartirlo generosamente con quienes no han disfrutado nunca nuestros privilegios.

La Biblia nos habla de un personaje llamado Jefté. Al igual que le sucedió a don Alfredo, los hermanos de Jefté también «echaron de la casa a Jefté y le dijeron que no heredaría nada de su padre» (Juec. 11:2). Aquel jovencito, hijo de una prostituta, «huyó de sus hermanos y se fue a vivir a [otra] región» (vers. 3), sin saber qué sería de su vida. Se marchó sin rumbo, triste y desamparado.

En aquel momento, era un hombre sin ningún prestigio social. Pero no es el prestigio social lo que le preocupa a nuestro Dios. Él observa cada situación y nos hace sentir su presencia. Y puede usar para su gloria a cualquier persona, sea cual sea su origen. El no juzga como nosotros.

«Jefté era un valiente guerrero de la región de Galaad. Era hijo de una prostituta»

Jueces 11:1