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Cuando el duelo toca tu corazón

“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento”

Salmos 23:4, RVR 95

Tenían el dolor a flor de piel, la mirada triste y larga, y un gesto de profundo sufrimiento en los labios. Hacía unos días habían perdido a uno de sus hijos de forma violenta e inesperada. La madre luchaba con una tristeza tan intensa que, a veces, le parecía una agonía; el padre, querien­do ser fuerte, buscaba lugares solitarios para llorar hasta no poder más.

La muerte es, sin duda, el mayor dolor que experimentamos en esta tierra, y más aún cuando se trata de la muerte de un hijo. Ese tipo de dolor parece no tener fin; las noches se hacen interminables, y los recuerdos que deja quien ya no está nos invaden constantemente, generando un gran vacío. 

Nuestra estancia en este planeta nos ha alejado de Dios, acercándonos al dolor; sin embargo, debemos estar seguras de que Dios “nos consuela en todos nuestros sufrimientos, para que nosotros podamos consolar también a los que sufren, dándoles el mismo consuelo que él nos ha dado a nosotros” (2 Cor. 1:4). He ahí una de las pocas cosas buenas del dolor. 

Viktor Frankl asegura que el sufrimiento sin sentido aniquila y produce desesperanza; mientras que, por el contrario, el sufrimiento con sentido nos hace crecer. Dios permite que pasemos por el túnel del dolor porque, a través de la prueba, salimos refinadas como el oro pasado por el fuego.

¿Estás ahora mismo en el fuego de la prueba? ¿Lloras por una pérdida? ¿Una enfermedad amenaza tu vida? ¿Has perdido a un hijo? ¿Tu matrimonio está en crisis? No estás sola; Dios está contigo, aunque no sientas su presencia. No pretendo de­cirte que no sufras; solo intento que comprendamos juntas que, al final del duelo, hay algo nuevo que valdrá la pena. 

No fuerces al dolor para que se vaya. Déjalo fluir; se irá lentamente. El dolor de una pérdida es muy personal; sigue tu propio ritmo.

La aceptación vendrá; solo pide a Dios fortaleza para esperar su llegada.

Apóyate en una red de personas cercanas a ti.

Las pérdidas parecen ser nuestras compañeras de vida; sin embargo, es alen­tador pensar que no seremos probadas más de lo que podemos soportar. Esta es una promesa de Dios. Que hoy, tu oración sea: “Querido Dios, el dolor que siento es irresistible. Dame fortaleza para soportar y confiar en tu amor y misericordia”.

Erna Alvarado Poblete es licenciada en Pedagogía y Psicología educativa; tiene un máster en Relaciones familiares y estudios de postgrado en Desarrollo humano. Es conferencista y autora de varios libros, entre ellos Reflexiones para la mujer, de este mismo sello editorial. Aunque nacida en Chile, lleva cuarenta años viviendo en México.