“Dios hizo todo hermoso en su momento, y puso en la mente humana el sentido del tiempo, aun cuando el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin”
Eclesiastés 3:11, NVI
Yo evito hablar de la muerte. Hace poco, un amigo me contó que su padre tiene cáncer terminal. La hija de una amiga murió al nacer. Después de perder a mi padre, a una abuela, a un tío, a un compañero de clase y a otras personas cercanas a mí, lo único que puedo decir es que no entiendo por qué la gente tiene que morir.
Muchas veces escucho frases como “Le tocaba morirse”, o “Era la voluntad de Dios que muriera”. No estoy de acuerdo. No creo que haya sido o sea la voluntad de Dios que sus hijos mueran, ya que la muerte es una consecuencia natural del pecado.
Creo que algunas personas mueren debido a los genes que heredan de su familia. Creo que otros mueren debido a malas decisiones que toman de manera sistemática, y que los enferman físicamente. Creo que algunos mueren debido a las malas decisiones de otros, como conducir ebrio o imprudentemente. Creo que algunos mueren porque otros están enojados o llenos de odio; son vengativos, inseguros o simplemente malvados, y descargan su ira en los demás.
Sin embargo, a pesar de todas estas respuestas lógicas, todavía veo la muerte como algo irracional. Me sorprende cada vez que alguien muere, porque en mi corazón, sé que Dios nos creó para que vivamos para siempre. No puedo entender la muerte porque, desde el principio, no formaba parte del plan de Dios para nosotros.
Dios nos creó a todos en su amor. Y en lugar de abandonarnos cuando el pecado nos separó de él, Jesús decidió morir por nosotros. Él eligió comprar nuestras vidas con la suya.
No me atemoriza morir antes de que Jesús regrese, porque mi último pensamiento será el primero que tenga cuando resucite. Jesús regresará para resucitar a todos los que aceptaron su salvación, y yo, junto a millones de sus hijos, viviré con él durante la eternidad.
Un día miraré directamente a los ojos a Jesús y le diré que nunca entendí la muerte. Y Jesús tal vez me diga: “Está bien, mi amada hija. No se suponía que lo hicieras”.