“Me espera un terrible bautismo de sufrimiento, y estoy bajo una carga pesada hasta que se lleve a cabo”
Lucas 12:50, NTV
He visto muchos bautismos en mi vida, pero nunca he visto que se celebren con cintas, luces de colores o fuegos artificiales. El bautismo es un ritual increíblemente sencillo; tanto, que ni siquiera necesitamos zapatos. Ya sea en un arroyo, en el mar o en un bautisterio, es lo mismo: te sumerges y luego vuelves a subir. Si a esto le agregamos una buena comida después, será un bautismo formal, un compromiso de vida simbolizado públicamente a través del agua. Pero en ocasiones ejercemos demasiada presión sobre los demás en este sentido.
Las campañas de evangelismo a veces pueden presionar o incentivar inadecuadamente a las personas. Se tocan fibras muy sensibles para inducir a la gente a tomar una decisión tan vital. Yo me bauticé cuando tenía doce años. Cuando tenía seis años quise bautizarme, pero no me arrepiento de los seis años más que pasaron hasta que lo hice. No hubo presiones de ningún tipo. La decisión fue completamente mía.
Para Jesús, la palabra “bautismo” significaba algo más: su crucifixión y su muerte. Cuando sus discípulos le preguntaron qué poder tendrían en su reino, Jesús les respondió con una pregunta: “¿Pueden beber este trago amargo que voy a beber yo, y recibir el bautismo que yo voy a recibir?” (Mar. 10:38). Mientras contemplaba el sombrío viaje que tenía por delante, Jesús exclamó: “Me espera un terrible bautismo de sufrimiento, y estoy bajo una carga pesada hasta que se lleve a cabo” (Luc. 12:50, NTV).
La muerte de Jesús se compara también al éxodo de los israelitas de Egipto. Lucas 9:31 dice que Moisés y Elías hablaban de la “partida” de Jesús. La palabra original en griego utilizada en este versículo es la misma que se traduce como “éxodo”.
Así, el bautismo no es solo un salto hacia nuestro camino al cielo, sino la oportunidad de comenzar a caminar con nuestro Salvador. Así como los antiguos israelitas atravesaron el mar escapando de la esclavitud y dirigiéndose hacia la tierra prometida, el bautismo simboliza nuestro rescate de la esclavitud del pecado. Como miembros del cuerpo de Cristo hemos pasado de la muerte a la vida y vivimos una nueva vida en el Espíritu.
Pablo escribió: “¿No saben ustedes que, al quedar unidos a Cristo Jesús en el bautismo, quedamos unidos a su muerte? Pues por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva” (Rom. 6:3, 4).