“Ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino más bien edúquenlos con la disciplina y la instrucción que quiere el Señor”
Efesios 6:4
Una de las tareas más desafiantes de la madre en el hogar es la educación de los hijos. Me atrevo a decir que todas las madres tenemos un anhelo interno respecto a ellos: deseamos que sean personas obedientes a las reglas, y que proyecten en su actuar los valores que día a día vamos sembrando en ellos.
Y, por supuesto, también creo que todos los hijos, sin distinción, desean obedecer a sus padres y cumplir las expectativas que estos tienen respecto a ellos. Entonces ¿por qué tantos padres sufrimos la desobediencia abierta de nuestra prole? ¿Por qué hay tantos niños que desafían nuestra autoridad, mostrándose reacios a obedecer?
Pensemos un momento en lo siguiente: ¿qué haría un niño si sus padres no cumplieran las reglas que han impuesto en el hogar (por ejemplo, el orden, la limpieza y los buenos hábitos)? ¿Cómo puede responder un niño al que se le exige poner las cosas en lugares determinados, mientras que el padre y la madre dejan sus pertenencias en cualquier lugar?
Este tipo de incoherencias por parte de sus padres, obviamente, genera en el pequeño desánimo y pensamientos ambivalentes. Entonces, mi amiga, creemos en nuestros hogares un ambiente propicio para que los niños desarrollen la cualidad de la obediencia. Enseñémosles a través del ejemplo. Si queremos que nuestros hijos hagan algo, nosotras debemos hacerlo primero y siempre. Esa es una educación coherente.
Imaginemos la siguiente situación: hoy, la madre de Carlitos no le permite hacer lo que ayer sí le permitió. Ayer, Carlitos pudo brincar en la cama sin recibir sanción, porque su madre estaba en sus días buenos. Pero hoy, Carlitos recibe un castigo y una reprimenda por hacer eso mismo, pues no es un día bueno para su mamá y se siente abrumada.
La respuesta del niño frente a esta actitud es de desconcierto. Sin embargo, él aprende que puede manipular las reglas de acuerdo al estado de ánimo de la mamá. Por lo tanto, no disciplines empujada por tus estados de ánimo. La disciplina debe establecerse como un valor inquebrantable. Las reglas pueden flexibilizarse, pero no romperse.
Los niños felices se sienten seguros, pues saben que el control lo tienen sus padres y esto los equipa para la vida futura. ¡Siempre habrá alguien a quien obedecer! Comencemos dando el ejemplo nosotras, obedeciendo a Dios.