“Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos”
Mateo 5:9
Mil personas vitorearon a Robert Kennedy cuando salió de su automóvil, pero el joven candidato a la presidencia de los Estados Unidos no podía mostrar su sonrisa esa noche. Su amigo y defensor de los derechos civiles, Martin Luther King, acababa de ser asesinado.
Como fiscal general de los Estados Unidos durante la presidencia de su hermano John, Robert Kennedy había promovido los derechos civiles, desde la abolición de la discriminación racial hasta el derecho al voto para los afroamericanos.
Aunque su relación con King había comenzado con reservas y sospechas mutuas (incluso él le había pedido al director del FBI, John E. Hoover, que interceptara el teléfono de la casa de King), con el paso de los años desarrollaron una relación de confianza, como aliados a favor de una causa.
El asesinato de su hermano en 1963 fue un golpe para Kennedy, e hizo cambiar sus prioridades. Un año después, se postuló exitosamente para el Senado y utilizó su nuevo cargo para defender las causas en las que creía.
En 1966, al visitar Sudáfrica y hablar en contra de su política opresiva y racista en la Universidad de Ciudad del Cabo, dijo a la audiencia: “Cada vez que un hombre defiende un ideal, o actúa para mejorar la suerte de los demás, o ataca la injusticia, promueve el surgimiento de pequeñas oleadas de esperanza”.
Cuando el presidente Lyndon Johnson anunció en 1968 que no se postularía para la reelección, Kennedy decidió ingresar a la carrera presidencial. Su campaña hizo hincapié en la justicia social; y así alcanzó a comunidades empobrecidas y ganó a una multitud de jóvenes.
La noche del 4 de abril, Kennedy tenía previsto hablar en Indianápolis, en un barrio pobre con un elevado índice de criminalidad. Entonces, recibió la noticia del asesinato de Martin Luther King. El alcalde de Indianápolis le rogó que cancelara su aparición.
El jefe de la policía dijo que no se responsabilizaba por nada de lo que sucediera esa noche en la ciudad si Kennedy persistía en su intención de presentarse ante la multitud. Apenas su vehículo entró en el barrio esa lluviosa noche, su escolta policial desapareció. Cuando salió a la calle, la multitud vitoreó. Sin teléfonos móviles ni canales de noticias que transmitieran las veinticuatro horas, muy pocos habían escuchado la noticia de la muerte de King.
Dejando a un lado cualquier discurso preparado, Kennedy comenzó a hablar suavemente.
Continuará…