En el amor no hay temor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor.
1 Juan 4: 18
UNO DE LOS GRANDES DESAFÍOS que los Aliados enfrentaron, después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, fue la atención de los niños huérfanos. No era solo cuestión de suplir sus necesidades físicas, sino especialmente de calmar sus temores y ansiedades, tal como revela el siguiente relato que cuentan Dennis, Sheila y Matthew Linn.
Dicen estos autores que una de las primeras tareas que realizaron los soldados aliados al concluir el largo conflicto fue colocar a los huérfanos en albergues para refugiados. Pero entonces se les presentó un extraño problema. Aunque los niños tenían comida y recibían buena atención, muchos no podían dormir en las noches. ¿Qué estaba interfiriendo con su sueño?
Nadie sabía qué, exactamente, pero entonces a alguien se le ocurrió una singular idea: dar a cada niño un pedazo de pan a la hora de dormir; no para que lo comiera, sino simplemente para que lo tuviera. Así se hizo y, a partir de entonces, los niños durmieron plácidamente toda la noche. *
¿Cuál era el problema? ¡El temor inconsciente de no saber si comerían al día siguiente! Se necesitaba, por lo tanto, un antídoto que desplazara o contrarrestara ese temor. Ese antídoto fue la confianza. ¡Qué podía brindarles mayor confianza que dormir con un pedazo de pan en sus manos!
Miremos ahora nuestro texto de hoy. ¿Qué nos dice? Nos dice que el amor y el temor son incompatibles; es decir, donde está uno, no puede estar el otro. ¿Cómo podríamos, por ejemplo, temer a la gente que nos ama? Más importante aún, ¿cómo podríamos temer a Dios? Según el apóstol Juan, no hay razón alguna para temerle «porque Dios es amor»; y porque él nos manifestó ese amor al enviar a su Hijo «en propiciación por nuestros pecados». Por estas razones, hemos de amar a Aquel «que nos amó primero».
¿Hay algún temor en tu corazón? ¿Alguna inquietud que no logras desterrar? Sea que en tu vida haya temores conocidos u ocultos, este es el momento de tomar una decisión: la decisión de creer que el amor de Dios por ti es más grande que todos tus temores. La decisión de creer que él está en el control de tu vida y de que cuidará de todo lo que es precioso para ti. Entrégale, pues, tus preocupaciones, tus angustias; y confía plenamente que él, como tu amante Padre que es, te dará el descanso que tu corazón tanto anhela.
Amado Padre celestial, en este momento decido entregarte mis temores y mis angustias, y a cambio te pido que aumentes mi fe. Quiero confiar en ti como el niño confía en la protección y la bondad de sus padres que lo aman.
*Dennis Linn, Sheila Fabricant Linn y Matthew Linn, citados por James P. Gills, Resting in His Redemption, Charisma House, 2011, pp. 23-24.