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“Les daré un nombre nuevo”

Al que salga vencedor le daré del maná escondido, y le daré también una piedrecita blanca en la que está escrito un nombre nuevo que solo conoce el que lo recibe.

Apocalipsis 2:17, NVI

Mi nombre resultó ser todo un desafío durante los primeros años de mi infancia. Mis compañeritos de la escuela eran incapaces de pronunciarlo correctamente. En lugar de decir “Vladimir”, los más inteligentes me llamaban “Gladimir”; y otros lo reducían a “Gladi”. El problema era que “Gladi” resultaba confuso, puesto que en mi mismo grado había una niña que se llamaba Gladys; y eso hacía que, en más de una ocasión, se burlaran de mí porque, según ellos, tenía nombre de niña.

Un día, cansado de la situación, llegué a mi casa muy molesto y, con toda la autoridad de un niño de seis años, le pregunté a mi mamá: “¿Por qué me pusieron un nombre de mujer? ¿Por qué no buscaron otro nombre?” Sin parar de reírse, mi tía Angelita me preguntó: “¿Y qué nombre sugieres que te pongamos?” Como un rayo respondí: “¡Enrique!” Por ello, hasta el día de hoy, dos de mis tíos me llaman Enrique. Con el tiempo, los niños de la escuela aprendieron a pronunciar “Vladimir”; pero en mi familia me siguen llamando Enrique, un nombre que, paradójicamente, nunca me ha gustado.

Según el versículo que encabeza la reflexión de hoy, Dios ha prometido darnos un nombre nuevo. El profeta Isaías ya había declarado: “Entonces verán las naciones tu justicia y todos los reyes tu gloria; y te será puesto un nombre nuevo, que la boca de Jehová te pondrá” (Isa. 62:2). Muchos siglos después, en Apocalipsis, Juan dirá que ese nombre nuevo es “el nombre de mi Dios” (Apoc. 3:12), es decir, el nombre del Cordero y del Padre será escrito en nuestra “frente” (Apoc. 14:1; 22:4).9 ¡Qué privilegio! Seremos llamados con el nombre de Dios. Maravillado por esta nueva experiencia, el apóstol Pablo declaró: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo (de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra)” (Efe. 3:14, 15). Gracias a Jesucristo, todos podemos disfrutar de una experiencia íntima y genuina con Dios.

Hoy podemos comenzar a recibir en nuestra vida el nombre de Jesucristo, “el nombre que es sobre todo nombre” (Fil. 2:9, RVA-2015). ¡Estoy seguro de que ese nombre nos gustará a todos!

9 Craig R. Koester, Revelation: A New Translation with Introduction and Commentary [Apocalipsis: Una nueva traducción con introducción y comentarios], ed. John J. Collins, The Anchor Yale Bible Commentaries (New Haven, Londres: Yale University Press, 2014), vol. 38A, p. 290.

J. Vladimir Polanco se ha desempeñado como pastor, profesor de teología y editor. Es el Editor de Publicaciones Teológicas de IADPA y director de la revista misionera "Prioridades", publicada mensualmente en cinco idiomas. El es el autor de varios libros.