Por no haber adorado al Señor tu Dios con alegría y sinceridad cuando tantos bienes te había dado. Tendrás que servir a los enemigos que el Señor enviará contra ti; sufrirás hambre, sed, falta de ropa y toda clase de miserias.
Deuteronomio 28:47, 48
La ingratitud, la amargura y las quejas son actitudes que desagradan a Dios. No nos hacen bien. Y estas actitudes son todavía peores cuando recibimos bendiciones abundantes como alimento, agua y ropa; y si conocemos del amor de Dios.
¡Eso sí que es un privilegio y una gran alegría! Dentro de las catástrofes que iba a sufrir Israel si desobedecía a Dios estaba perder las bendiciones que no supieron valorar.
Entonces, iban a pasar hambre, sed, frío, y hasta esclavitud. Por no apreciar ni vivir alegres por lo que tenían, iban a perder todo aquello que no agradecieron. ¿Te diste cuenta por qué perderían las bendiciones? Por no servir a Dios con alegría y sinceridad.
Entonces, ¿quiere Dios que lo adoremos y sirvamos? Por supuesto. Pero la adoración y el servicio verdaderos se distinguen porque nacen de un corazón agradecido y alegre.
Por lo tanto, si das una ofrenda, si ayudas en la Iglesia, hazlo por el gozo de servir al Rey de reyes. Tu actitud honra a Dios y te edifica. El apóstol Pablo escribió: “Alégrense siempre en el Señor. Repito: ¡Alégrense!” (Fil. 4:4).
Además, tu buena disposición y actitud se contagia a otros, como la fragancia de un buen perfume. El mismo apóstol escribió: “Nosotros somos como el olor del incienso que Cristo ofrece a Dios, y que se esparce tanto entre los que se salvan como entre los que se pierden” (2 Cor. 2:15).
Tus actitudes son superimportantes, no solo con relación al servicio a Dios, también en tus estudios o en los deportes. Los hijos de Dios se destacan por vivir con alegría, gratitud y esperanza.
¿Qué bendiciones te dio Dios? ¿Alimentos? ¿Ropa? ¿Abrigo? Entonces, seguro que tienes mucho que agradecer.