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Alcanzará misericordia

El que oculta sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta de ellos alcanzará misericordia.

Proverbios 28:13

Mientras jugaba al baloncesto me di cuenta de que nuestra camioneta rodaba cuesta abajo, y finalmente acabó estrellándose. Cuando mis amigos y yo nos acercamos al vehículo, para nuestra sorpresa, descubrimos que no había nadie dentro.

La pregunta que todos nos hicimos fue: ¿Quién, entonces, provocó el accidente? Comenzamos a indagar, pero nada. Un rato después alguien notó que, tras el accidente, mi hermano José, que tenía unos seis años, no aparecía por ninguna parte. Así que ahora no solo buscábamos al culpable del accidente, sino también a José.

Luego de un par de horas, José fue encontrado debajo de su cama. ¿Y qué hacía allí? Trataba de evitar lo inevitable. Se había ocultado porque él había provocado el accidente. José entró en el vehículo y, sin saber lo que hacía, manipuló la palanca de cambios.

El vehículo comenzó a rodar y él saltó de la camioneta. Luego… se ocultó. Ocultarnos, tratar de huir de nuestros yerros, ha formado parte de la historia humana desde la entrada del pecado. Luego de comer del árbol prohibido, “el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto” (Gén. 3:8).

Y las primeras palabras de Adán fueron: “Oí tu voz en el huerto y tuve miedo, porque estaba desnudo; por eso me escondí” (Gén. 3:10). El pecado les provocó miedo, y el miedo los llevó a esconderse. ¿Miedo a qué? A ser descubiertos. Pero era ineludible que serían descubiertos. La solución al pecado no es escondernos, es confesarlo a Dios.

Jesús lo expresó con claridad: “Nada hay oculto que no haya de ser manifestado, ni escondido que no haya de salir a luz” (Mar. 4:22). De ahí que lo más sabio es aferrarnos a esta promesa: “El que oculta sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta de ellos alcanzará misericordia” (Prov. 28:13).

La solución al problema del pecado no radica en ocultarnos, sino en confesar a Dios nuestra culpa. Hoy podemos desnudar nuestra alma delante de Dios y admitir nuestra falta, porque nos promete que seremos tratados con misericordia.

Podemos salir de debajo de la cama. No nos queda bien comportarnos como niños inmaduros, sino como adultos responsables ante un Dios que nos ama. Eso es, claro, si queremos prosperar y alcanzar misericordia.

J. Vladimir Polanco se ha desempeñado como pastor, profesor de teología y editor. Es el Editor de Publicaciones Teológicas de IADPA y director de la revista misionera "Prioridades", publicada mensualmente en cinco idiomas. El es el autor de varios libros.