Pongan en práctica la palabra, y no se limiten solo a oírla, pues se estarán engañando ustedes mismos.
Santiago 1:22, RVC.
En su obra El progreso del Peregrino, Bunyan relata el encuentro entre Cristiano, Fiel y Locuacidad. Desde el primer momento, Fiel se queda anonadado con la capacidad de Locuacidad para sostener una conversación amena.
Locuacidad también se siente contento de caminar en el grupo y porque no le gusta andar con los que prefieren “hablar de cosas triviales”. Más adelante, Fiel reconoce que hay que sacar provecho de cada conversación, y Locuacidad se explaya:
“Eso mismo digo yo: hablar de esas cosas es muy provechoso, porque por ahí puede un hombre llegar al conocimiento de otras muchas, como son la vanidad de las cosas mundanas y el provecho de las celestiales. Esto en general; y descendiendo a particularidades, puede un hombre aprender la necesidad del nuevo nacimiento, la insuficiencia de sus obras, su necesidad de la justicia de Cristo, etcétera. Además, puede aprender en esta conversación lo que es arrepentirse, creer, orar, sufrir, y cosas por el estilo.
Puede también enterarse de cuáles son las grandes promesas y consuelos del evangelio para su propio solaz, y, por fin, puede llegar a conocer cómo se han de refutar las falsas opiniones, defender la verdad e instruir a los ignorantes”.
Fiel se queda maravillado y, con mucha emoción, le dice a Cristiano: “¡Qué buen compañero hemos encontrado; de seguro este hombre será un excelente peregrino!” Entonces, con una sonrisa tipo mueca en sus labios, Cristiano le advierte: “Este hombre de quien estás tan agradado es capaz de engañar con esa lengua a una veintena de los que no le conozcan”.143
Hay mucha gente como el hermano Locuacidad: expertos en hablar. Su experiencia religiosa se limita a una mera repetición de palabrería mientras sus manos y sus pies viven alejados de lo que dicen. Salomón plantea una innegable realidad: “Una cosa es cierta: donde abundan las palabras, abundan los disparates; y nada se gana con eso” (Ecl. 6:11, DHH).
Hemos de estar alerta para que esos falsos maestros no nos engañen con sus “palabras persuasivas” (Col. 2:4, JBS), ni con la “zalamería de sus labios” (Prov. 7:21). Dios nos ordena: “Pongan en práctica la palabra” (Sant. 1:22, RVC). Ese mandato encierra en sí mismo la promesa de que con su ayuda no seremos como el hermano Locuacidad.
143 John Bunyan, El progreso del Peregrino (Ciudad Real, España: Editorial Peregrino, 2012), pp. 109, 110.