He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida.
2 Timoteo 4:7, 8
Durante los primeros años del cristianismo, los seguidores del Señor se identificaban a sí mismos con expresiones como “hermanos” (Hech. 1:15, 16), “discípulos” (Hech. 6:1), “creyentes” (1 Tes. 2:13), “santos” (1 Cor. 14:33).
Por otro lado, sus enemigos los ridiculizaban y les llamaban “galileos” (Hech. 2:7) o “secta de los nazarenos” (Hech. 24:5). Pero cuando el evangelio llegó por primera vez a la ciudad de Antioquía, sus habitantes encontraron una nueva manera de llamar a los discípulos de Cristo: “cristianos” (Hech. 11:26).
Resulta interesante que quienes asignaron este nombre a los discípulos de Jesús eran paganos. No sabemos si estos paganos lo hicieron como un gesto de respeto piadoso o como epíteto para tildar de fanáticos a los fieles, aunque los antioqueños eran famosos por sus burlas.
“En cualquier caso –escribe Maude De Joseph West–, es el nombre que los seguidores de Cristo han llevado desde entonces hasta el presente, a veces para su honra y gloria, y otras para vergüenza de ellos”.183
Pero ¿por qué cristianos? Los soldados que se hallaban bajo las órdenes de un general, solían tomar el nombre de su caudillo y le agregaban el sufijo “iano” para que todos conocieran que eran seguidores de dicho personaje. Por eso los soldados de César eran los cesarianos; los de Pompeyo, pompeyianos; los de Herodes, herodianos.
De modo que, al llamarnos cristianos, estamos reconociendo que somos soldados del ejército de Cristo.
Pablo le dijo a Timoteo: “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo” (2 Tim. 2:3). Los cristianos formamos parte de “la buena milicia” (1 Tim. 1:18) y nos toca pelear “la buena batalla de la fe” (1 Tim. 6:12).
Y a los que estamos peleando como parte del ejército del Señor se nos ha prometido que al final de la guerra recibiremos “la corona de justicia” junto con “todos los que aman [la] venida” del Señor (2 Tim. 4:8).
Hoy nos toca pelear; pero muy pronto vamos a celebrar la maravillosa victoria que Dios ha prometido a cada uno de sus hijos.
183 Saint in Sandals: A Personal Journey Through the Book of Acts (Grand Rapids, Míchigan: Baker Book House, 1975), p. 92.