El Señor es bueno; es un refugio en horas de angustia: protege a los que en él confían.
Nahúm 1:7
El nombre “Nahúm” significa “consolación”. Este profeta había nacido de Elcos, y su mensaje, que se divide en tres capítulos, es un anticipo del severo castigo y la destrucción de Asiria, y su ciudad capital Nínive. ¿Te suena conocida esa ciudad?
¡Así es! Es la misma ciudad donde Jonás había predicado. Cien años después de que Jonás les diera el mensaje de Dios y de que los ninivitas se arrepintieran de su maldad, otra generación olvidó el compromiso de sus antepasados (o sea, de sus padres y abuelos) y cometió errores peores que los que Jonás señaló. En el año 612 a.C. se cumplió la palabra del profeta.
Había tanta maldad en Nínive que Nahúm 3:1 la describe así: “¡Ay de ti, ciudad sanguinaria, llena de mentira y violencia; tu rapiña no tiene fin!”. En aquella ciudad se cometían muchos abusos y Nahúm dice que había llegado el tiempo apropiado para que Dios actuara.
El profeta habla del enojo de Dios contra sus enemigos, contra los que se oponen a su pueblo. Sin embargo, también menciona cómo es Dios: paciente y poderoso (1:2, 3). Vuelve a leer el versículo de hoy, dice que Dios es bueno, es un refugio para los que están tristes y angustiados, y protege a los que en él confían.
La actitud de la nueva generación de ninivitas nos recuerda que la salvación es personal. ¿Qué quiere decir eso? No importa que tus padres y tus abuelos hayan aceptado la salvación, eso no garantiza la tuya.
Para que Jesús te salve, eres tú el que debe aceptar ese regalo de parte de Dios. Si hay algo que puedes aprender de esta historia es que no debes hacer lo mismo que hicieron los ninivitas, que olvidaron el compromiso que sus padres y abuelos tomaron con Dios para seguir haciendo maldades.
Aún estás a tiempo de entregarle tu corazón a Jesús. ¿Lo harás hoy?