Me asaltaron en el día de mi quebranto, pero el Señor fue mi apoyo.
Salmos 18:18
Yo tenía unos siete años y mi amigo Gala tenía unos trece. Solíamos reunirnos en un terreno baldío para jugar al béisbol. La mayoría eran muchachos de la edad de mi amigo, sabían jugar muy bien y al parecer estaban todos de acuerdo en que yo no sabía jugar.
Pero a mí me gustaba ir, y hasta pensaba que debían tomarme en cuenta. Así que, cuando mis expectativas se encontraban de frente con el consenso general, esa cosa que años más tarde supe que se llamaba autoestima salía muy lastimada.
Pero esto tenía una excepción: cuando mi amigo Gala estaba allí, todo era diferente. Como él era uno de los que mejor jugaban, todos querían tenerlo en su equipo, y más de una vez él dijo: “Yo no juego si no le dan juego a Roberto”. Y como no les quedaba otra opción, los muchachos preferían tener un out seguro conmigo con tal de contar con los servicios de Gala.
Siempre es bueno tener quien te apoye, pero es especialmente bueno tenerlo en el día en que la desgracia está de visita.
Un apoyo es alguien que te acepta como eres, que no te rechaza nunca ni se avergüenza de ti, y que está dispuesto a suplir tus debilidades con sus fortalezas. Esta verdad tan linda la aprendí por experiencia propia a los siete años, y estoy agradecido con Gala; pero también la descubro cuando me relaciono con Dios a través de su Palabra y veo este retrato de él, así como cuando miro atrás y recuerdo todo lo que él ha hecho por mí.
La desgracia tiene un “día”, dice el texto de hoy. A veces viene como resultado de mis errores; a veces simplemente porque a otros les pareció que ya era tiempo. Sea como sea, saber que Dios está ahí para apoyarme marca toda la diferencia. El día que es más evidente que no soy bueno, el día que los demás se burlan y me atacan (con razón o no), el día que nadie “me quiere en su equipo”, Dios viene a apoyarme.
No a fijarse en mis defectos ni a unirse a los expertos en elaborar la lista de mis pecados. Viene para decirme: “En el día de tu quebranto, yo te amo y no te voy a abandonar. Si quieres llorar, hazlo; recuéstate en mí y desahógate. Aquí estoy, te voy a esperar y seguiremos juntos este camino hasta el final”.
No sé qué hacer para agradecerle.