Pero cuando viene otro más fuerte que él y lo vence, le quita sus armas en que confiaba y reparte sus despojos.
Lucas 11:22
En mi época de estudiante, había en mi colegio un jovencito que era reconocido por todos como el más agresivo. Nadie se hubiera atrevido nunca a desafiarlo… Hasta que llegó otro muchacho que, un día, lo desafió delante de todos.
Sabiendo que su reinado de terror estaba a punto de llegar a su fin, el primer joven le dijo al recién llegado que aceptaba el reto, pero que debían resolver sus diferencias sin público.
Tan pronto como se fueron a un lugar aparte, el que por años había sido un abusador y al que todos le teníamos miedo, se puso de rodillas y suplicó: “Yo sé que no puedo contigo, haré lo que tú me digas, pero por favor, no le digas nada a nadie”.
A partir de ese momento, el “fuerte” fue sometido por otro “más fuerte” que él, que llegó y lo venció, quitándole todas las armas en las que confiaba.
Esto es más o menos lo que dijo Jesús cuando lo acusaron de expulsar demonios por el poder de Satanás. Jesús explicó que él vino para derrotar al enemigo y desenmascarar su engaño.
La muerte de Cristo en la cruz fue una gran victoria sobre Satanás. Al venir a este mundo, Cristo luchó contra el abusador, contra el que nos tenía a todos bajo servidumbre, y lo venció, “para destruir por su muerte al que tenía el dominio de la muerte, a saber, al diablo; y librar a los que por temor a la muerte vivían como esclavos toda su vida” (Heb. 2:14, 15).
Jesús no solo anunció ese día que nuestro Dios ha vencido a Satanás, sino que, al hacerlo, ha establecido su propio reino. Por eso dice: “Pero si por el dedo de Dios yo echo los demonios, entonces el reino de Dios ha llegado a ustedes” (Luc. 11:20).
La derrota de Satanás incluye el establecimiento del reino de Dios, por eso Pablo dice a los colosenses: “Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino de su amado Hijo” (Col. 1:13).
Siendo que somos de Cristo, ya no somos siervos de Satanás. En Cristo ha sido derrotado el agresivo y abusivo enemigo; el más fuerte lo ha vencido, y le ha arrebatado el botín de las manos.
Satanás ya no puede hacerte daño. Ahora nuestro Señor es Dios, y nosotros somos sus súbditos, parte de su Reino.