Y dijo al viñador: ‘Hace tres años que vengo a buscar fruto de esta higuera y no lo hallo. Córtala, ¿para qué ocupará inútilmente la tierra?’
Lucas 13:7
La parábola de la higuera estéril retrata a Dios como el Dios del juicio. Esta parábola es una advertencia dirigida a los creyentes que estamos ocupando un lugar en la iglesia de Cristo sin llevar ningún fruto para Dios.
La parábola trata acerca de una higuera plantada en la viña de un señor. Este señor representa a Dios, y la higuera nos representa a nosotros, que decimos ser su pueblo.
No se nos presenta como un árbol silvestre desprovisto del cuidado y la atención de manos expertas; al contrario, somos árboles privilegiados, plantados en la viña del Señor, que es su iglesia, donde el agricultor divino nos cuida, nos abona y limpia las malezas de alrededor.
Pero, como es de esperar, nadie invierte esfuerzo, tiempo y recursos en plantar y cuidar un árbol frutal si no es porque espera recibir, a su debido tiempo, los frutos que debe dar.
La analogía es clara: Dios nos ha traído a su pueblo, a su iglesia, a su “viña” (lee Isa. 5:7), para que llevemos fruto para él. Vemos esto claramente expresado en Romanos 7:4: “Así también ustedes, hermanos míos, han muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que sean de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios”.
¿Por qué quiere Jesús que llevemos buenos frutos? Porque “en esto es glorificado mi Padre: en que lleven mucho fruto” (Juan 15:8). Por eso, cuando el dueño no encontró frutos en la higuera, se decepcionó y ordenó que la cortaran.
Después de todo, el árbol estaba inutilizando una tierra que podía ser ocupada por uno que fuera productivo. De igual manera, los creyentes debemos entender que nuestra pertenencia a la iglesia es un privilegio y una responsabilidad: tenemos la oportunidad de llevar frutos para Dios.
Pero si no la aprovechamos, lo que tenemos nos será quitado y le será dado a otro. Tan cierto como que Dios nos ama, nos cuida y nos protege, espera que nuestra vida glorifique su nombre llevando frutos.
Un día, el Señor de la viña vendrá a comprobar si hemos dado fruto; ese día, el Dios de amor será también el Dios del juicio. Antes de que sea demasiado tarde y haya que usar el hacha para cortarnos de raíz, aprovechemos el privilegio y demos frutos para Dios.