Padre nuestro que estás en los cielos.
Mateo 6:9
A pesar de tantas cosas tristes que suceden todos los días, las palabras “padre” o “papá” siguen evocando en nosotros protección, apoyo, dirección, amor, afirmación, estabilidad y confianza.
No hay persona que no valore tener un padre con el que pueda contar. Aquellos que no han gozado de esta maravillosa experiencia han tenido que hacer un esfuerzo extra para salir adelante, y en muchos casos, las consecuencias han sido devastadoras aun en la edad adulta.
Cuando Jesús nos enseñó a orar, nos indicó que nos dirigiéramos a Dios como un hijo se dirige a su padre. Al hacer esto, no solo nos estaba mostrando cómo debemos considerar a Dios, sino también nos estaba indicando cómo nos ve Dios, a saber, como hijos. Así es como debemos sentirnos: como hijos del Padre.
Si a Dios le gusta que lo llamemos “padre”, entonces es porque está dispuesto a protegernos, a darnos su apoyo, a guiarnos por el buen camino, a mostrarnos su amor, a proveernos afirmación y estabilidad, y a hacernos sentir confiados en él.
Si a Dios le gusta que lo llamemos “padre”, es porque quiere que tengamos acceso total e inmediato a su presencia, quiere velar por nuestros intereses y desea que disfrutemos de todo lo que él tiene. Si Dios nos enseña en Cristo a llamarlo “padre”, entonces piensa que somos inmensamente valiosos, se pondrá feliz cuando nos vaya bien y no deseará que nada malo nos suceda. Como todo padre, querrá vernos prosperando y viviendo con propósito.
Pero también debemos reconocer que la invitación de Dios a llamarlo “padre” significa que él espera nuestro respeto, nuestra obediencia, y nuestra respuesta acorde a su santidad y a la reverencia de la que es digno.
Si bien es bueno tener un buen padre, también lo es ser buenos hijos. Al llamar “padre” a Dios estamos reconociendo sus derechos: su derecho a reprendernos, a prohibirnos todo aquello que sabe que no nos conviene, y a disciplinarnos cuando sea necesario, así como todo buen padre terrenal hace con sus hijos para que desarrollen un carácter equilibrado.
No puedo terminar sin decir que, cuando Dios nos enseña a llamarlo “padre”, nos está invitando a tratarnos los unos a los otros como hermanos; que es lo que somos, pues somos miembros de la misma familia de la fe.
Asimismo, cuando nos recuerda que él es nuestro Padre celestial, nos está asegurando que nuestra relación con él va más allá de la experiencia terrenal.
Nos habla de esperanza, de herencia, de un futuro seguro.
¿Te das cuenta de que tienes al mejor Papá?