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Lo que Dios aborrece

Jesús les dijo: ‘Ustedes son los que se hacen pasar por justos delante de la gente, pero Dios conoce sus corazones; pues lo que los hombres tienen por más elevado, Dios lo aborrece’.

Lucas 16:15, DHH

En los tiempos de Jesús, la secta de los fariseos creía y enseñaba que la salvación se ganaba. Por esta razón desarrollaron una religión basada en el desempeño individual y especializada en medir la conducta por medio de una interminable urdimbre de reglamentos que ellos mismos inventaron.

En más de una ocasión, Jesús les hizo ver que la verdadera religión no se trataba ni de lo que ellos pensaban de sí mismos ni de lo que pensaran los demás, sino de lo que Dios pensaba de ellos.

Por eso el Señor tuvo que denunciar el mal hábito farisaico de hacerse pasar por justos y buenos delante de la gente. Jesús dejó en claro que eso es algo espiritualmente peligroso, porque hace dos cosas negativas:

1) que la persona que necesita con urgencia la ayuda divina sienta que no tiene tal necesidad y permanezca indolente mientras va rumbo al precipicio; y 2) que los demás se hagan una idea de la religiosidad de alguien que está completamente lejos de la realidad, y quieran imitarla y equivocarse también.

Creerse buenos y justos o hacerse pasar por tales es propio de personas que, en lo profundo de su corazón, saben que su experiencia espiritual no es lo que debería ser, y por eso necesitan encontrar maneras de proyectar otra imagen. Pero nuestro Dios no quiere que vivamos para dar una apariencia de piedad.

Esto sería ridículo, ya que Dios conoce nuestro corazón. “Nada creado está oculto de la vista de Dios; todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Heb. 4:13).

Es inútil todo esfuerzo humano por tratar de explicar a Dios las razones por las que Dios debe considerarnos “buenos”; el Señor puede leer las intenciones del corazón.

Dios es quien prueba nuestros corazones y pesa nuestros espíritus. Él es la última palabra en cuanto a quién vuelve a su casa justificado o no. Nuestros criterios y argumentos para autojustificarnos podrán hacernos sentir bien momentáneamente, pero no tienen relevancia para probar si nuestra experiencia con Dios es genuina.

Muchas veces lo que a nosotros nos parece sublime, para Dios es abominación. Entonces, no es lo que digo yo de mí, no es lo que quiero que los demás digan de mí, es lo que dice Dios, porque él y solo él es el justo y el que justifica.

Roberto Herrera tiene un doctorado en Ministerio Pastoral por la Universidad Andrews y una maestría en Administración y Liderazgo por la Universidad de Montemorelos. Cuenta con más de treinta años de experiencia como pastor de la Iglesia Adventista, en la cual ha servido en todos los niveles: pastor de iglesia, departamental y administrador.