Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Mateo 5:3
Las famosas bienaventuranzas pronunciadas por Jesús en el Sermón del Monte representan un terreno fértil para la meditación para nosotros hoy, desde el punto de vista de lo que nos enseñan acerca de Dios. Podremos ver en esta primera un retrato del Dios que establece la espiritualidad como la mayor riqueza del ser humano.
Sería una lectura demasiado superficial de Mateo 5:3 la que concluyera que Jesús se estaba refiriendo a las personas que son pobres en cuanto a los bienes de este mundo. Lo que sabemos de Dios nos lleva a entender que él no excluiría de la posibilidad de la salvación a ninguna persona debido a su situación relativa a los bienes materiales. Así que, la evidencia nos lleva a entender que Dios está hablando de aquellos que son pobres en espíritu en términos de que sienten cuánto necesitan a Dios.
Los pobres en espíritu son aquellos que se miran a sí mismos y reconocen que, comparados con Cristo, están lejos del ideal y necesitan urgentemente que la gracia y la misericordia divinas haga por ellos lo que no pueden hacer por sí mismos.
Esto contrasta frontalmente con quienes no sienten su necesidad espiritual; con esos practicantes de alguna religión que piensan: “Yo soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad”. A esos, Jesús les dice: “No sabes que eres desventurado, miserable, pobre, ciego y estás desnudo” (Apoc. 3:17).
Los que han entendido que la verdadera grandeza es sentirse pequeños delante de Dios y mantenerse sumisos a él, tienen la actitud de quienes formarán parte del Reino de Dios. Este es el tipo de personas que, según Dios, son felices, son bienaventuradas, son dichosas, son afortunadas; son, en definitiva, bendecidas.
¿Por qué? Porque el reconocimiento de esa necesidad los ayudará, primero, a refugiarse en Dios como su única posibilidad de salvación; segundo, a entender que el orden correcto de las cosas es buscar primero lo espiritual y luego todo lo demás bajo la dirección de Dios; y tercero, tendrán mayor capacidad para entender el propósito de su existencia.
Para Dios, los pobres en espíritu no son tontos, ni apocados ni acomplejados, ni mucho menos depresivos. Los pobres en espíritu son las personas más sabias, porque han entendido el verdadero significado de la vida. Son felices porque en Dios tienen la esperanza segura del Reino de los cielos.