Fingimos lo que somos; seamos lo que fingimos.
Calderón de la Barca.
Samuel Gosling llevó a cabo un experimento que consistía en evaluar a un grupo de personas en función de cinco categorías:
- 1. Extraversión. ¿Eran sociables o reservadas?
- 2. Amabilidad. ¿Eran serviciales o poco colaboradoras?
- 3. Meticulosidad. ¿Eran organizadas y disciplinadas o todo lo contrario?
- 4. Estabilidad emocional. ¿Eran tranquilos y seguros o gente insegura que se preocupaba por todo?
- 5. Creatividad. ¿Eran imaginativos o realistas; independientes o conformistas?
Lo interesante del estudio es que, para evaluar a esas personas, Gosling usó a dos grupos:
1) los amigos de ellos; y
2) auténticos desconocidos, a quienes les dio quince minutos para entrar en sus cuartos.
Quería saber cuál de los dos grupos se acercaría más a la realidad de cómo eran las personas objeto del estudio. ¿Quién crees tú que se acercó más a un análisis exacto de la personalidad de los sujetos analizados, los que eran amigos de ellos o los que, sin conocerlos de nada, pudieron entrar en sus cuartos?
Cuenta Gosling que los amigos describieron con exactitud los dos primeros aspectos: extraversión y amabilidad, porque son cualidades observables en el carácter. Para saber si alguien es sociable y colaborador ayuda pasar tiempo con esa persona.
Pero en las otras categorías, los amigos no supieron decir con tanta precisión como los desconocidos si las personas eran organizadas, disciplinadas, emocionalmente estables, seguras de sí mismas, creativas o conformistas. Personas que ni siquiera los habían visto hicieron un juicio más exacto por el hecho de haber podido entrar en su cuarto, que es su lugar más privado. Habían visto lo que nadie ve; y la calidad de esa información es superior a la que se obtiene de la imagen que proyectamos.85
Qué revelador: no podemos confiar en lo que una persona proyecta para evaluarla con precisión. Para eso hace falta un conocimiento de lo más privado del otro. Esto, por supuesto, se aplica a lo espiritual. La Biblia nos advierte de no juzgar a los demás, y es obvio por qué; pero lo que sí podemos (y debemos) juzgar es a nosotras mismas.
Y no necesitamos cinco categorías, sino apenas dos: ¿A qué le damos más importancia, a nuestra imagen o a desarrollar un carácter cristiano? Tú, que conoces lo más privado de ti, ¿estás satisfecha con la respuesta?
“El hombre se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón” (1 Samuel 16:7).
85 Samuel Gosling, “A Room With a Cue: Personality Judgements Based on Offices and Bedrooms”, Journal of Personality and Social Psychology 82, nº 3, 2002, pp. 379-398.