Jehová ha hecho notoria su salvación.
Salmo 98:2
Si hay algo por encima de todo lo demás que hace a Dios digno de la alabanza y el honor que podemos tributarle, es su obra de salvación. Es en ese logro divino de salvar al ser humano perdido que se resume todo el mensaje de la Biblia; es en el plan de salvación donde se concentran todas las bendiciones que proceden de Dios y se cristaliza la esperanza más gloriosa del creyente.
La salvación que Dios nos ofrece es lo único que resuelve la condenación que trajo el pecado engendrado por Satanás. La salvación es el favor que Dios nos concede, por medio de la fe (no tenemos cómo pagarlo ni cómo merecerlo), y que consiste en liberarnos del poder del pecado y de la muerte eterna.
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efe. 2:8). La salvación es una provisión que viene totalmente de fuera de nosotros y que resuelve nuestro problema más grave: el pecado.
¿Cuál sería el sabor del evangelio si no se ofreciera en él la salvación a través de Cristo?
¿Qué representaría la Biblia para nosotros si no asegurara que hay salvación en Cristo? ¿Veríamos igual las promesas divinas? ¿Nos sentiríamos motivados a buscar a Dios y a desarrollar una relación personal con él sin la esperanza de la salvación? ¿Qué tendría de diferente la iglesia si no fuera por la doctrina de la salvación? ¿Valdría la pena desarrollar la vida espiritual si no fuera por la esperanza que tenemos de la salvación?
Si elimináramos de la Biblia lo que tiene que ver con el plan de Dios para salvarnos, ¿qué nos quedaría? De hecho, la Biblia fue inspirada por Dios para darnos a conocer su plan de salvación, y para que sepamos cuál es la forma en que podemos ser beneficiados por él.
Por eso el salmista dice que Dios hace notoria su salvación: porque la salvación es lo más grande que Dios ha hecho por nosotros después de habernos creado. Son estos dos actos sobresalientes, la creación y la salvación, los que le dan a Dios el derecho irrefutable de ser nuestro Rey, nuestro Señor y nuestro Dueño.
Ningún otro mensaje acerca de Dios es más relevante que su capacidad para salvarnos. Ningún otro retrato suyo refleja mejor su amor y cuidado por los seres humanos. Ningún otro beneficio supera el regalo de la salvación. Y ninguna otra verdad debería hacernos alabar y glorificar con más amor y con más fuerza su santísimo nombre.