Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; […] yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.
Mateo 28: 19, 20
Paul y su prima Molly atravesaron un manzanal hasta llegar a un campo cubierto de hierba, pues Paul tenía algo especial que enseñarle, la planta del algodoncillo. Agarró una de las vainas marrones abiertas y con un buen soplido, la pelusa flotó fuera de la vaina y se elevó en la brisa. Molly sopló una tras otra, hacía tiempo que no se divertía tanto.
Si cortas un tallo de algodoncillo, verás que sale un jugo blanco especial. Este jugo lechoso no es para beber. Es una especie de goma que la planta utiliza para curar un corte en un tallo u hoja.
Sin embargo, una de las cosas más interesantes de la planta de algodoncillo son sus semillas. Cada planta tiene un bolsillo o vaina de semillas que parece un pequeño monedero. En su interior hay una fila tras otra de semillas marrones y en la parte superior de la semilla hay una pelusa blanca y sedosa. En cuanto la vaina se abre, la pelusa brillante y sedosa empieza a separarse y las semillas se las lleva la brisa con sus suaves paracaídas.
Jesús dotó al algodoncillo de semillas especiales para que se esparcieran más lejos cuando cayeran al suelo. De esta manera, el viento transporta las semillas de algodoncillo por todas partes.
Si abres tu corazón a Jesús, él enviará al Espíritu Santo para que te ayude a esparcir las semillas de su amor por todas partes.
Vicki..