Cristo nos rescató de la maldición de la ley haciéndose maldición por causa nuestra.
Gálatas 3:13, DHH.
Ann Dunham, ya fallecida, fue la madre de Barack Obama, el expresidente de Estados Unidos. En la autobiografía de Obama, titulada Una tierra prometida, cuenta él que, en una ocasión, su madre descubrió que él había formado parte de un grupo que estaba molestando a una joven en la escuela donde estudiaba. Su madre lo obligó a sentarse frente a ella y, con un gesto de decepción, le dijo:
“¿Sabes qué? En el mundo hay personas que solo piensan en ellas mismas. Les da igual lo que les pase a los demás con tal de conseguir lo que quieren. Menosprecian a los otros para sentirse importantes. Pero también hay personas que hacen lo contrario, que son capaces de pensar en lo que sienten los demás y se esfuerzan por evitar hacerles daño”.
Clavando su mirada en los ojos del entonces jovencito Obama, le preguntó: “¿Qué clase de persona quieres ser tú, la primera o la segunda?” Yo me hago la misma pregunta: ¿qué clase de persona quiero ser? Y añado dos preguntas más: ¿lo estoy siendo realmente? ¿Logro pasar de los pensamientos y las intenciones a la acción en mi día a día?
Pensemos en la clase de persona que fue Jesús mientras vivió entre nosotros. Él no fue de los del primer grupo, porque sencillamente no pensaba en sí mismo, sino que su vida entera fue una ofrenda de amor a la humanidad. Vivió para los demás en palabra y por ejemplo, mostrándonos el amor de Dios, que pone al prójimo siempre en primer lugar.
Mostró el amor del Padre a hombres y mujeres, a ricos y pobres, a adultos, jóvenes y niños; cuidó de sus familiares y también se identificó como nuestro hermano (lee Heb. 2:11). Y cuando ya lo había dado todo, entregó su vida como el supremo sacrificio para obtener el derecho a ser nuestro Redentor. A Cristo no le daba igual lo que les ocurriera a los demás, porque su ministerio consistió en restaurar al ser humano (Luc. 4:18).
Lejos de menospreciarnos, Jesús se humilló, haciéndose uno con nosotros; y estando en esa condición, fue obediente hasta la muerte para que a nosotros nos fuera bien. Así como Ann Dunham puso ante su hijo una visión de cómo ser con los demás, Jesús puso ante nosotros una realidad: sus palabras y sus hechos, su vida entera, para que contemplemos cómo viven los que aman a Dios. ¿Eliges ser una persona así? La decisión es tuya.