Vinieron, pues, a un a lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: «Sentaos aquí, entre tanto que yo oro». Se llevó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: «Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad.
Marcos 14: 32-34
Como todos nosotros, Jesús tenía necesidad regularmente de momentos de solead y de silencio. Jesús tenía la costumbre de procurarse un espacio y un tiempo adecuados para reflexionar, meditar y orar, para encontrarse con Dios y consigo mismo. Y en esos momentos finales de su vida, todavía más. Jesús necesitaba de nuevo orar a solas.
Y, sin embargo, en este último retiro en Getsemaní, Jesús siente la profunda necesidad de que sus amigos oren con él.
En Getsemaní encontramos al Jesús más humano de los Evangelios. Intuye que el final de su vida está cerca. El Huerto de los Olivos es el mudo testigo de un sufrimiento moral difícil de describir. Los evangelistas recurren a tres verbos distintos, intentando plasmar el sufriente estado de ánimo del Maestro. Las traducciones del original griego al castellano presentan un revelador abanico de sentimientos que van de la angustia y el desamparo hasta el estupor de la postración. El horror de los discípulos al anunciarles Jesús que tenía que e sufrir (Mar. 10: 32) se multiplica ahora hasta el infinito en el Maestro, abrumado por un inconmensurable sentimiento de pesar.
Así se siente Jesús en Getsemaní. Una sola palabra no basta para describirlo. Se necesita al menos toda una frase: la que pronuncia el propio Maestro cuando les ruega a sus discípulos que velen y oren por él y les confiesa la razón: «Me muero de tristeza» (Mat. 26: 38). Las mayores preocupaciones de Jesús podrían resumirse en estas dos: ¿Seré capaz de llegar hasta el final? ¿Serán capaces mis amigos de continuar con mi legado?
¿Qué será de ellos después de mi partida? ¿Se quedarán como ovejas sin pastor? ¿Se dispersarán y dividirán acosados por los lobos, o se mantendrán unidos, dándose fuerzas y protegiéndose los unos a los otros? ¿Serán capaces de seguir apoyándose cuando ya no esté entre ellos? ¿Conseguirán amarse de verdad los unos a los otros y así predicar con el ejemplo mi mensaje en la pequeña comunidad de creyentes que dejo en sus manos?
Señor, quiero hacer mía tu oración de que todos seamos uno (Juan 17: 20-23) y deseo de corazón que tu amor, a través de nuestra unidad, cambie tu tristeza de aquel día por el gozo de hoy.
EL Y YO A SOLAS