Porque fuiste fortaleza para el pobre, fortaleza para el necesitado en su aflicción, refugio contra la tormenta, sombra contra el calor; porque el ímpetu de los violentos es como una tormenta que se abate contra el muro.
Isaías 25: 4
Anne Sullivan, maestra de Helen Keller, le había enseñado a leer y escribir, pero sobre todo a amar la vida. Las lecciones sobre la bondad de la naturaleza quedaron claras en el corazón de la niña. Su paciente método de enseñanza y el amor que Sullivan tenía por su alumna transmitieron la felicidad y el placer de vivir.
Una tarde, mientras regresaban del paseo por el bosque, se encontraron con la sombra de un frondoso cerezo silvestre. El día había sido bastante caluroso, así que decidieron almorzar ahí. Ayudada por la señorita Sullivan, Helen trepó en una confortable rama y prometió esperar quieta mientras la maestra iba a casa por la comida. De pronto el calor se esfumó y un familiar olor que precede a una tormenta llegó al desarrollado olfato de la niña. Su corazón se llenó de un miedo terrorífico.
El ruido de las hojas de los árboles anunció una fuerte ráfaga de vientos que sacudieron la rama donde se encontraba. ¡Cuánto deseaba estar en tierra firme! ¡Cuánto deseaba que su maestra volviera! Las ramas pequeñas se rompían y azotaban su cuerpecito, que se aferraba con todas sus fuerzas al árbol. Todo retumbaba y vibraba como nunca antes, quería tirarse a la tierra, pero el terror la paralizaba. El árbol era sacudido de un lado al otro y pensó que el árbol caería junto con ella.
¿Te has sentido alguna vez en medio de una tormenta sin salida? Seguramente que sí. Nuestras vidas no están exentas de peligros ni de tribulaciones. Es más, somos el blanco de ataque del enemigo, que cuál león acechando a su presa busca la primera oportunidad para devorarla. Las vicisitudes de la vida suelen desanimarnos y hacernos pensar que nuestro Maestro se olvidó de nosotras o que está tardando en regresar. El miedo se apodera de nuestros pensamientos y engendra dudas que terminan por hacernos desistir.
Cuando Helen estuvo segura de que caería al suelo, la mano de la maestra la tomó y la bajó del árbol. Temblando, pero feliz, se asió de ella para sentirse a salvo y en calma.
La buena noticia es que el Maestro ya vuelve. Aférrate a su promesa; por más fuerte que sea la tormenta, no desistas. ¡Tranquila!