Confió en Dios; líbrelo ahora si le quiere, porque ha dicho: «Soy Hijo de Dios».
Mateo 27: 43
El pasillo de la sala de espera parecía interminable y sin salida, así como interminable sentía su agonía aquella madre frágil. Reunida la familia en aquel frío espacio, anhelaban que el doctor saliera con buenas noticias. Habían sido cinco días de angustia y las oraciones de amigos, cercanos y lejanos no habían faltado. La fe se aferraba a la promesa y, como la fiel hija de Dios que siempre había sido, confiaba en la voluntad divina. Sin embargo, el corazón de una madre no está hecho para ver partir a un fruto de sus entrañas, así que ella se aferraba a la esperanza de la restauración de su hija.
Finalmente, el doctor salió; el paso lento y la mirada serena, sin la curva de sonrisa en su rostro, delataban lo que la conciencia se negaba a aceptar. Sus labios pronunciaron las palabras más dolorosas para los padres: «Su hijo ha muerto». De pronto todo quedó en silencio, al menos en su interior; quería gritar, quería correr, quería que alguien la despertara de aquella pesadilla. Durante el funeral surgió la pregunta: «¿Dónde está Dios? ¿Por qué si ella era su hija la dejó morir?» «Dios no respondió», era el pensamiento de algunos, más no de aquella madre.
El sufrimiento es un tema que solo puede ser abordado con la pinza de la fe, en un Dios de amor y bajo la lupa de la esperanza. De otro modo, el sufrimiento cava hoyos profundos de dolor en los corazones de quienes han participado de él.
Jesús confió en Dios, en su Padre y este lo dejó morir. Según el verso de hoy, así se burlaban muchas personas, y, sin embargo, aquí es donde entra la base para nuestra esperanza. Su muerte tenía un propósito de alcances que nuestra mente finita no puede comprender; aun los ángeles siguen sin comprenderlo. La muerte de Jesús fue una garantía hacia la raza humana de que Dios cumple y cumplirá sus promesas. Todos los corderos que fueron figuras representativas del Cordero celestial terminaron su sacrificio al morir, pero el sacrificio de Jesús quedó terminado con la resurrección.
Querida amiga, la buena noticia es que tu sufrimiento tiene un propósito. El dolor por el que pases puede ser una catapulta hacia grandes proyectos que Dios quiere realizar en ti. Las hijas de Dios, también sufrimos… pero nada es en vano, todo tiene un propósito. Confía.