No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho destruyen, y donde ladrones entran y hurtan; si no haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho destruyen, y donde ladrones no entran ni hurtan, porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
Mateo 6: 19-21
Hace un par de años se me estropeó el ordenador y, por una confluencia de diversas causas, perdí una buena parte de mi «tesoro»: sermones, artículos, cursos, ideas, documentos o datos personales. Todo perdido.
Los culpables de mi pérdida no fueron los ladrones, ni la polilla, ni el moho, que eran en la antigüedad los más temidos agentes destructores, capaces de arruinar, e incluso hacer desaparecer, las posesiones más preciosas, empezando por la ropa, que era muy cara. En mi caso, los culpables fueron una desdichada coalición encabezada por mi incompetencia e imprevisión, secundada por la fatídica obsolescencia programada de mi computadora.
Por fortuna un amable vecino ya me ha instruido para que a partir de ahora guarde mi tesoro digital, si no en el cielo, al menos en «la nube».
¿Qué significa «hacernos tesoros en el cielo»? Significa que «el Señor nos ha hecho sus mayordomos. Coloca en nuestras manos sus dones para que los compartamos con los necesitados […]. Al dar para la obra de Dios estamos haciendo tesoros en el cielo» (E. G. White, Consejos sobre mayordomía cristiana, págs. 357, 356).
Al este del camino que sube a nuestra casa hay una inmensa propiedad que en un tiempo estuvo dedicada al cultivo de naranjos. Su dueño acumuló un importante patrimonio. Como no tuvo hijos, el terreno lo heredaron sus numerosos sobrinos, que todavía no se han puesto de acuerdo en el reparto de la herencia. Campos que en su día fueron de los más productivos de la zona, hoy están convertidos en un páramo reseco, en el que apenas prosperan las peores malezas.
Al oeste del camino tenemos el Colegio Adventista de Sagunto, casi donado hace años a la iglesia por su propietaria, convertido hoy en un centro de estudios cada vez más hermoso, próspero y bendecido.
En nuestra sociedad de consumo, tan materialista, demasiados de nuestros conciudadanos dedican «toda una vida a acumular tesoros terrenales, pero cuando mueren dejan todo tras ellos. No pueden llevar absolutamente nada al gran más allá. […] Si deseamos conseguir riquezas duraderas, comencemos ya a transferir nuestro tesoro a la cuenta espiritual, y nuestros corazones estarán donde está nuestro tesoro» (ibid. pág. 132).
Señor, guarda mi corazón en el tesoro del cielo.