Entonces el Rey dirá a los de su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo, porque […] fui forastero y me recogisteis».
Mateo 25: 34-35
Sin duda nunca sabré cuánto debo de lo que soy ahora a una familia suiza que me acogió en su casa y me proporcionó trabajo varios veranos cuando yo era todavía menor de edad.
Al finalizar la escuela secundaria, deseaba profundamente continuar estudios en la universidad. Pero sabía que, en la situación económica en la que se encontraban mis padres, teniendo a su cargo a otros tres hijos mucho más jóvenes, el hecho de no ponerme a trabajar para seguir estudiando sería forzar a mi familia a un gran sacrificio.
Providencialmente, ese último verano fui enviado por la Unión española con otros jóvenes de mi edad a un campamento juvenil (Camporée MV) en «Les Aresquiers» (Francia). Allí conocí a unos chicos suizos que deseaban aprender español y escribirse conmigo, y me prometieron buscarme trabajo para el verano siguiente y acogerme en su casa.
Y, en efecto, así fue. El verano siguiente fui adoptado por la familia Schranz-Perritaz de Boudry (Neuchâtel, Suiza) como un hijo más. Durante cinco veranos me dieron trabajo, me alojaron y mantuvieron «a pensión completa». En esa época la diferencia de salario con respecto a España era tal que tres meses de trabajo en Suiza me permitieron, con la ayuda adicional de algún otro miniempleo durante el curso académico, hacer frente a mis gastos durante el resto del año.
Allí, además de vivir la experiencia de ser «extranjero y me recogisteis», y muchas otras lecciones de cristianismo práctico, aprendí francés, la lengua en que, sin saberlo, iba a trabajar la mayor parte de mi vida. Gracias a eso, mi primer empleo a pleno tiempo, tras concluir la universidad, fue el de profesor de español en Francia.
Esos buenos cristianos me brindaron una acogida tan positiva que jamás me sentí extranjero en su tierra. Y después de más de cincuenta años, todavía hoy me considero parte de aquella extensa familia, con la que guardo las mejores relaciones.
Señor, tú, que desde tu primera infancia conociste el exilio en tierra extranjera (Mat. 2: 13-15), hazme sensible a los que, por las razones que sean, se sienten solos en mi país. Hazme capaz de acoger a otros como yo fui acogido en Suiza y como lo somos todos por ti.