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El abrazo de Jesús

Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero, sé limpio. Y al instante su lepra desapareció.

Mateo 8:3

Ayer dejamos a Jesús atendiendo a un leproso.

Nos asombra su respuesta a esa fe tan humilde del enfermo, que no pide nada porque sabe que nada merece, que se entrega sin la menor exigencia a la gracia divina. Nos asombra y admira porque Jesús hace algo mucho más bello que sanarlo: lo toca. El verbo griego usado aquí (haptomai) va desde el contacto más directo al más efusivo abrazo.

Siendo capaz de sanar a distancia, Jesús abraza al leproso. Quizá porque sanarlo de aquel modo hubiera reforzado la impresión de repugnancia que el leproso solía causar en los que se atrevían a mirarlo y estaba harto de leer en los rostros de los sanos. Lo más hermoso de su abrazo es que no viene después de la curación, cuando el cuerpo del inmundo ya está limpio, sino antes, cargado todavía de toda su miseria. Con ese abrazo Jesús le dice que lo ama, tal cual es, antes de que nada ocurra y aunque nada más ocurriese.

Para Jesús nadie es tan impuro que él no desee abrazarlo.

El Maestro conoce las normas del país que prohíben tocar a los leprosos. Pero él intuye que este hombre necesita tanto su salud como el abrazo de Dios y el de un ser humano. Pocas necesidades son más imperiosas que la de sentirnos aceptados, la de sabernos queridos y amados, y hasta la de ser abrazados. Es muy difícil desarrollar una personalidad equilibrada, sólida y responsable sin un mínimo de autoestima, la que solo da el afecto compartido. A veces, a esa necesidad solo se responde bien por el tacto.

Pero ahora es Jesús quien debe retirarse en cuarentena. La ley lo exige (Lev. 14: 1-32). Hay testigos que lo han visto abrazado a un inmundo.

Y aunque nadie entendiera el extraño por qué de su abrazo gratuito, Jesús siguió acogiendo a seres socialmente «intocables» y prodigándoles sus abrazos.

Señor, gracias, una vez más, por tu abrazo. Lo necesito para que puedas seguir abrazando, a través de mí y en el modo que más convenga, a quienes necesiten de mí una prueba tangible de tu amor.