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Resurrección y vida

Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá».

Juan 11:25

Mientras daba un curso en Tahiti, en la Polinesia francesa, me correspondió el doloroso deber pastoral de presidir el entierro de Etau, un adolescente al que le truncó la vida un conductor ebrio, que justamente acababa de salir de la cárcel ese día y se había emborrachado para celebrarlo.

Ver en el cementerio a más de un centenar de parientes, amigos, compañeros de clase y vecinos de aquel joven, todos vestidos de blanco, dando a su querido Etau el último adiós, en torno a la tumba abierta, en medio de la vegetación más paradisíaca que se pueda imaginar, y en una de las islas más bellas del mundo, hizo resurgir en lo más profundo de mi ser la convicción de que hemos sido creados para la vida y de que nuestra muerte definitiva no está en los planes de Dios.

Todos nos rebelamos contra la muerte injusta, absurda y prematura de Etau. Nuestro gran deseo es no morir y menos en esas circunstancias. O al menos no morir para siempre. Ya Eva quedó fascinada por las palabras de la serpiente: «No moriréis». La vida eterna es el sueño de todo ser humano (Gén. 3: 4). Un sueño frustrado por la constatación de que hasta hoy la muerte ha sido el final de cada vida. Por eso la idea de resucitar, de que ese destino solo es temporal, resulta tan difícil de creer.

Sin embargo, Jesús habla de resucitar. Es decir, de que quienes han muerto vuelvan a vivir nuevamente: aquellos que murieron con cuerpos jóvenes y bellos, en plena juventud, como Etau, enterrado prácticamente con flores, y todos aquellos que murieron de otras mil maneras, ya fueran sepultados en la tierra, tragados por el mar o devorados por el fuego. Y nos pregunta, a nosotros también: «¿Crees esto?».

Si Dios es nuestro creador y nuestro redentor, nada puede impedirle volver a darnos vida, salvo nuestro rechazo deliberado de tan inmenso privilegio. Su infinito amor unido a su ilimitado poder nos dice: «Todo aquel que vive y cree en mí no morirá para siempre». El artífice que nos formó al comienzo conoce cada parte del maravilloso mecanismo que nos da vida, y aunque este se desarme totalmente y sus piezas se desparramen por las razones que sean, volverá a reunirlas y a darles vida.

Jesús, tú que eres resurrección y vida, recuérdamelo para compartirlo con quienes sufren, para que vuelvan a vivir contigo, eternamente.