Cuando Jesús se despertó, reprendió al viento y dijo a las olas: «¡Silencio! ¡Cálmense!». De repente, el viento se detuvo y hubo una gran calma.
Marcos 4:39.
Las ventanas del edificio empezaron a vibrar con fuerza. Si no fueran ventanas, diría que también temblaban. Llego una tormenta más fuerte de lo que nadie imaginaba. Escuché a un vecino gritarle al hijo: -¡Cierra las puertas del dormitorio!
Todos dejaron sus quehaceres y miraron a través del cristal, preocupados. Ramas enteras volaron sobre los tejados y algunos peatones buscaron refugio en los negocios, que también cerraban sus puertas. Después de la tierra marrón, llegó la fuerte lluvia, un ruido que hacía imposible escuchar lo que pasaba afuera o incluso dentro de la casa.
Toda esta confusión no duró ni una hora. Escuché cómo los vecinos abrían tímidamente las ventanas, para revisar cómo estaba la calle.
Había hojas por todos lados, árboles en el suelo, autos cubiertos de barro… Reinaba el silencio. La tormenta había pasado. La gente salió de sus refugios agitando los paraguas, listos para regresar a sus hogares.
Doy gracias al Señor por el silencio después de toda la confusión. Como un mar en calma, después de una tormenta, la vida continuó en paz, con la seguridad de que Dios nos cuida y que, por muy difícil que sea la situación que atravesemos, pronto llegará un tiempo de calma, de silencio y de tranquilidad; un tiempo para recordar que no estamos solos.
Mi oración: Señor, te agradezco porque cuidas de mi familia en tiempos agitados y en tiempos más tranquilos.
Planea con tu familia un momento de tranquilidad parar orar juntos.
Quietud: Consiste en calma y silencio. Lo contrario al ruido.