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Escudo protector

«Solo él puede librarte de trampas ocultas y plagas mortales, pues te cubrirá con sus alas, y bajo ellas estarás seguro. ¡Su fidelidad te protegerá como un escudo!». Salmo 91: 3-4

ERA UN SÁBADO ALEGRE, como cualquier otro. Una hermana nos había invitado a almorzar a su casa y habíamos aceptado la invitación. Al finalizar el culto divino fuimos a llevar unos hermanos a sus respectivos hogares, usando un microbús. Al finalizar fuimos a casa de la hermana que nos había invitado a almorzar. Cuando llegamos nos apeamos del vehículo y empecé a llamar a la puerta de la casa.

Mientras esperábamos, escuché a mi hermano gritar: «¡Agáchense!» y en eso volví la mirada hacia mi familia y pude ver a cuatro jóvenes, dos de los cuales estaban disparando en dirección de donde nos encontrábamos. En ese momento quedé frío del miedo. Mi hermano volvió a decir: «¡Agáchense!». En eso, pude ver cómo una mano haló a mi cuñada hacia un costado y hacia el suelo y en ese preciso momento mi mano izquierda cubrió mi rostro y sentí un fuerte impacto en el dorso de mi muñeca izquierda. Sentí trozos de vidrio golpeando mi rostro y luego caí al suelo. En ese instante me vi la mano y no pude ver mi dedo anular. Empecé a llorar, levanté la mano y pude ver mi dedo retorcido y desfigurado.

Salimos a toda prisa rumbo al hospital. Una vez allí, el médico no me quiso atender, pues pensaba que yo era un delincuente. Después de mucho insistir y no conseguir la atención médica necesaria pedimos que me trasladaran a otro hospital. Allí me sometieron a una cirugía que duró siete horas. Al final todo salió bien y hoy llevo una vida normal.

¿Qué sucedió aquel día? No sé a ciencia cierta, pero creo que un ángel haló a mi cuñada. También creo que un ángel levantó mi mano para que la bala impactara allí y no en mi rostro. Aquel día pude haber muerto, pero Dios preservó mi vida. Su fidelidad fue mi escudo. Hoy enfrentarás diversos peligros, visibles e invisibles, pero no debes tener miedo pues Dios ha prometido ser tu escudo y librarte de las trampas ocultas y las plagas mortales.

¡Confía siempre, en todo momento y circunstancia, en Dios!

Boris Argueta Figueroa, El Salvador

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