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Daños causados por el agua

«¡Yo hago nuevas todas las cosas!» (Apoc. 21: 5).

Todos disfrutamos de una lluvia suave en un caliente día de verano. La temperatura parece bajar, el aire está más limpio y agradecemos no tener que regar los tomates ese día. Pero la lluvia no siempre es suave y refrescante. A veces, experimentamos un aguacero que daña o destruye vida y propiedades. Aquí hay un ejemplo de a qué me refiero.

Nuestra casa recién renovada tenía un solo problema: un techo que goteaba. Había soportado tormenta tras tormenta, hasta que el agua que entraba había ennegrecido las paredes, dañado el cielo raso y decolorado las alacenas y las paredes de mi nueva cocina blanca. Solucionamos las goteras con un costoso arreglo del techo; pero, permanecían los daños que el agua había causado. Los pintores volvieron a terminar el cielo raso. Entonces, llegó mi turno. Me puse a trabajar para arreglar el daño que había causado el agua. En algún lugar bajo la suciedad y el ennegrecimiento, estaban mis alacenas y paredes blancas brillantes. Con la imagen mental de «lo que había sido», fregué y lavé, usando baldes y baldes de agua. Poco a poco, comenzó a aparecer mi verdadera cocina. Entonces, me vi a mí misma y reflexioné sobre el trabajo de Dios en mí.

La imagen de Dios de mí es la original, la que él creó. Cuánto debe lamentarse su corazón, al ver los destrozos causados por el «agua» en mi vida, la destrucción de las tormentas de pecado en mi alma. No es una linda imagen. Pero, él no se da por vencido conmigo. Está trabajando con el objetivo de restaurar la imagen de su hija inmaculada. Luego de mi bautismo, mi Dios continúa limpiando mi alma en cada rito de humildad y Santa Cena. Lentamente, aparece la verdadera imagen y puedo decir: «Señor, estoy comenzando a ver una vislumbre de lo que quieres que sea. Esto me da esperanza de que un día completarás la obra, y seré nueva por dentro y por fuera».

Tú también, quizás, hayas sufrido daños causados por el agua. Tu cuerpo y tu alma pueden llegar a llevar cicatrices de abuso físico o sexual. O puedes estar herida por abusos psicológicos. Quizá, sufriste una enfermedad u otro tipo de desafíos físicos.

Primero, permite que Jesús sane las «goteras», para que el problema no recurra. Luego, entrégate a él en cuerpo y alma. Hay un «yo» nuevo y brillante debajo de tu realidad oscura y triste. ¡Qué glorioso cuando, al trabajar Cristo en la sanación de los daños en tu alma, comiences a vislumbrar su propósito para ti!

ANNETTE WALWYN MICHAEL

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Bendecida – Ardis Dick Stenbakken