«No tengas miedo, pues yo estoy contigo; no temas, pues yo soy tu Dios. Yo te doy fuerzas, yo te ayudo, yo te sostengo con mi mano victoriosa». Isaías 41: 10
PUEDO SENTIR LA BRISA FRESCA mientras mi mente viaja hasta mi niñez. Finalicé la educación secundaria en ocho años, en lugar de los cinco, que es lo habitual. ¿Cómo pudo ser? Te contaré.
Cursé mis primeros años de secundaria en un instituto y salí de allí sin haber aprobado una sola asignatura y sin haber recibido ningún reconocimiento. Malgasté varios años porque tomé malas decisiones y no escogí bien mis amistades. Todo indicaba que sería otro número en las estadísticas, otro adolescente delincuente, con todas las probabilidades de convertirme en criminal. Mis padres estaban muy decepcionados y habían perdido toda la confianza en mí. No tenían ninguna esperanza; mi futuro les parecía un continuo fracaso.
Fue entonces cuando me ofrecieron una beca para jugar al fútbol en otro instituto. Pensaron que iba a ser una pérdida de tiempo, pues este había sido el principal motivo de mi fracaso la primera vez. Mi tío nos animó a aceptar la beca. ¡Doy gracias a Dios porque mi madre no cesó nunca de orar! Ella creía que aceptar la beca me brindaría otra oportunidad para convertirme en una persona de provecho.
Al principio estaba muy asustado. Ingresé en esta segunda escuela ya en octavo grado, pero esta vez logré finalizar los estudios. Había abandonado la iglesia y había dado la espalda a Dios durante los años en los cuales eché todo por tierra, pero después de tres semanas viviendo la experiencia del nuevo colegio me reencontré con Dios y mi vida cambió. Las palabras de Isaías 41: 10 se convirtieron en la base de mi meditación durante esta segunda etapa y cada día las leía durante mi momento de oración personal. Comencé a predicar en la escuela y me empezaron a conocer como «el predicador».
En noveno y décimo grado recibí el premio al estudiante del año y fui el delegado de la escuela en mi último año escolar. Para mí, el mayor logro fue que Dios me dio la oportunidad de llevar a muchos de mis amigos a los pies de Jesús.
Tú también puedes reclamar las promesas de Dios en tu vida: «No tengas miedo, pues yo estoy contigo; no temas, pues yo soy tu Dios» (Isaías 4:1:10).
Dios me sostuvo y sé que también puede sostenerte a ti.
Vaughan Henry, Islas Caimán
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